Los microrrelatos de Belkys

Texto que leí ayer en la presentación del primer libro de la narradora cubana Belkys Rodríguez Blanco. El acto tuvo lugar en el Museo Poeta Domingo Rivero, en Las Palmas de Gran Canaria.

Por esas sorprendentes casualidades de que está hecha la cotidiana vida, cuando en mi correo electrónico entró el libro que hoy presentamos, yo estaba leyendo las noticias que me habían llegado, minutos antes, acerca del cumpleaños 50 de El Cuento, legendaria revista mexicana “de imaginación” fundada en 1964 por Edmundo Valadés, el más entusiasta y empeñoso difusor, creo yo, en Latinoamérica, del microrrelato, minicuento o cuento breve, o minificción, como él prefería decir. Esta casualidad cobra más relieve aún si recordamos que Valadés, además de escribir genuinas minijoyas -como la titulada “La búsqueda”: “Esas sirenas enloquecidas que aúllan recorriendo la ciudad en busca de Ulises”-, fue un inteligente teórico de tan difícil género literario, al que su sabiduría homologaba con el poema.
Después de rendir este oportuno homenaje al gran minicuentero mexicano, les digo que a escribir poemas dedicaba su talento mi paisana Belkys Rodríguez Blanco cuando aquí, sobre esta balsa de rescate llamada Gran Canaria, coincidimos ella y yo hace algunos años, víctimas los dos del naufragio de otra isla. Ningún puerto más próximo para viajar al microcuento que el poema, y Belkys hizo la travesía de uno a otro impulsada por su fuerte vocación de narradora. Vocación que se manifestó primero a cuentagotas en su blog y que hoy queda confirmada convincentemente en su primer libro, éste al que la autora, fiel a su idiosincrasia caribeña -renuente, como se sabe, a formalismos y envaramientos-, ha titulado risueñamente Relatos en minifalda.
Está claro que el poema y el microrrelato comparten las características formales que, en el arte de la literatura, responden a la voluntad de síntesis y al propósito de sugerir más que de exponer. Pero hay algo básico que traza una frontera entre ambas propuestas expresivas, que las singulariza, que las diferencia: si en el poema es o puede ser la emoción el elemento decisivo, en el microrrelato lo decisivo es la sorpresa. Una sorpresa que corre a cuenta del humor, de la ironía y hasta del sarcasmo, y de una fantasía transgresora, motivo por lo cual el microcuento participa del esperpento y el absurdo. Leyendo las narraciones de Belkys Rodríguez Blanco me he afirmado en estas convicciones.
Ella ha conseguido darnos, con sus Relatos en minifalda, un delicioso primer libro, y éste es un tanto que no siempre se anotan los escritores en su debut. Para más, su libro tiene el mérito añadido de pertenecer a un género sin tradición en la literatura cubana, en la cual reinan, en lo que a la narrativa se refiere, el cuento largo y la novela, respaldados por autores ya clásicos y algunos con resonancia internacional, digamos un Alejo Carpentier, un José Lezama Lima o un Virgilio Piñera, por citar sólo tres estrellas de primera magnitud. (Por cierto, me permito recordar que hoy se cumple un siglo y medio de la muerte de Cirilo Villaverde, el primer gran novelista de las letras cubanas, autor de Cecilia Valdés, novela elogiada por Benito Pérez Galdós, a quien Villaverde mandó desde Nueva York, en 1883, un ejemplar dedicado.)
De todos los pecados imaginables que un inventor de fábulas puede cometer en la práctica de su alquimia, el único que no merece indulto es el de aburrir a los lectores. Y ese pecado nefando lo puede cometer, o lo ha cometido ya, cualquiera de nosotros. A mí se me han caído de las manos obras universalmente famosas, y hay reputados escritores que he incluido en el index de los que, como decía Lezama con sonrisa torcida, prefiero elogiar a leer. Pero les aseguro a ustedes que, en el puñado de provocaciones y travesuras “en minifalda” de que estamos hablando aquí, Belkys Rodríguez Blanco nos hace el cristiano favor de no incurrir en ese pecado capital. De ello la salvan, y nos salvan, dos gracias asimismo capitales de las que ella está dotada: una imaginación inquieta, conectada con nuestro tiempo, y la irreverencia de la sátira.
¿Cómo será el próximo libro de nuestra autora, de quien esperamos otro? Nadie en esta sala lo sabe. Quizás no lo sabe ni ella ahora mismo. Pero si también ha de ser de microcuentos, entonces, si yo fuera ella, me plantearía, como estrategia de trabajo, tomar de modelo a seguir, o a superar -en fin, como desafío-, uno de los relatos que integran su libro de hoy, el titulado “Rebelión”, que considero paradigmático:
“Un buen día las cenizas decidieron amotinarse. Se cansaron de la obstinación del ave Fénix. Querían descansar en paz definitivamente.”