Poemas de Alejandro Fonseca

Alejandro Fonseca nació en Holguín (Cuba) en 1954 y vive en Miami. Ha publicado los libros de poemas Bajo un cielo tan amplio (Premio Ciudad de Holguín 1986), Testigo de los días (Premio Adelaida del Mármol 1988, Holguín), Juegos preferidos (Premio Ciudad de Holguín 1998), Anotaciones para un archivo e Ínsula del cosmos. Del último son los poemas que siguen.

TRANSFIGURACIONES

Entre los escombros de una época
fueron sitiados nuestros jóvenes deseos:
inocencia pretérita de peces
que sumergiéndose en playas imprecisas
perdieron la arena dorada de otros días.

Acosados por el amor a las transfiguraciones
desertamos de horizontes escogidos
hacia el estrecho vértigo de las carreteras
hacia provincias de filosos cañaverales
a esa auténtica realidad
compuesta por los mediodías de una Isla.

Con toda justicia podemos preguntarnos:
qué galardones, qué remuneración
ha llegado para quedarse en nuestras manos.

Las raíces de los bosques
están sujetas a las calamidades del desierto
a las leyes de la podredumbre
árboles sin otoño, que sus copas más altas
han sido escamoteadas por argumentos patriarcales.

Nos quedan, como estricta pertenencia,
las pulsaciones libres de la sangre
y la zona inconfiscable de los sueños.

VIÑETA

Funesta coincidencia
que entre tantas paredes
sigan multiplicándose iguales criaturas
y ante ellas se abran caminos
océanos que puedan conducirlas
a lugares tocados por la gracia
o a regiones de hacinamiento y devastación.

Es así como el mundo
se ha ido poblando de feroces latitudes:
altas murallas de impenetrable simetría.

A no ser en este galeón
opaca viñeta colonial
empotrada en la costumbre de familia
adonde siempre acude mi ojo alucinado
tratando de escapar
en su estático cordaje.

España, Cuba, inversiones y derechos humanos

El gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero acaba de reactivar la colaboración con los Castro. La delegación española enviada a Cuba ha firmado con la dictadura los convenios correspondientes mientras ésta golpeaba y detenía a decenes de ciudadanos que protestaban por los maltratos que reciben los presos políticos en las cárceles de la isla. Los inversores españoles en Cuba están contentos con la reanudación de las buenas relaciones entre ambos países y, según Zapatero, su política hacia Cuba, que es contraria a la de la Unión Europea, busca favorecer al pueblo cubano y abrir camino a la democracia.

De vez en cuando surge un gobernante que dice querer encarrilar a la dictadura castrista por la vía de la democracia y el respeto a los derechos humanos, y la receta que esgrime para alcanzar tamaña proeza suele consistir en concederle créditos y más créditos a la dictadura y no irritarla por nada de este mundo. El presidente Zapatero cree en esta receta y hace esfuerzos para que la Unión Europea la adopte.

El problema es que, como en Cuba todo es del Estado y el Estado son los Castro, los gobiernos y negociantes que cooperan con Cuba ayudan a sostener el régimen, el cual nunca ha aceptado nada que menoscabe su naturaleza totalitaria. Cuando la Unión Europea protestó por el fusilamiento de tres secuestradores de una lancha y el encarcelamiento de 75 disidentes en la primavera de 2003, y exigió a Fidel Castro una conducta democrática, éste rompió con la UE y rechazó las ayudas comunitarias, demostrando con ello, una vez más, que nada le importa tanto como la continuidad de su dictadura. Los hechos evidencian, por otra parte, que los gobiernos y negociantes que colaboran con Cuba, que son unos cuantos, nunca han abierto ningún camino hacia la democracia.

Quien quiera mediar seriamente en el drama de los derechos humanos en Cuba, o dondequiera que los derechos humanos constituyan un drama, no debe anteponer nada a la defensa de las víctimas. Y quien quiera contribuir a la transición en Cuba debe apoyar sin remilgos a la oposición democrática, y en ningún caso, ni por acción u omisión, hacerle favores a la dictadura.

Dos poetas españoles

Entre los poetas españoles que guiaron mis primeras tentativas en el verso, o sea, junto a Quevedo, Bécquer y Antonio Machado, está Miguel Hernández. El Miguel Hernández de El silbo vulnerado y El rayo que no cesa, descubierto por mí en uno de aquellos tomitos de papel amarillento y sobrecubierta de orla violeta de la Colección Austral. Siendo yo un adolescente que trabajaba de cartulario en una notaría de la Manzana de Gómez, los compraba por cuatro reales –ahorrados de las meriendas– en la ya desaparecida librería Martí, situada en la calle O’Reilly, en La Habana Vieja, muy visitada por Lezama, Baquero, Octavio Smith y otros miembros de Orígenes. En aquella Cuba revuelta y llena de malos presagios –Batista regía la isla por segunda vez, Fidel Castro campaba en la Sierra Maestra y estallaban bombas en las noches de La Habana–, Miguel Hernández era una de las devociones de la intelectualidad criolla progresista y comunista.

Algún tiempo después, en los primeros meses de la revolución cubana, llegó a mis manos, en una edición argentina, el Miguel Hernández de Viento del pueblo. Mucho me apoyé en este libro, así como en los ejemplos que me brindaban Maiakovski, Neruda, Brecht, Vaptzárov, para demostrar a escépticos y exquisitos que también las convicciones políticas –y, más que las convicciones, las emociones y pasiones políticas– pueden generar poesía, a condición, claro está, de que anden por medio el espíritu y la destreza de un poeta genuino que vibre con los dramas de la calle como con los de su propia intimidad.

Miguel Hernández fue mi fiel aliado en esos días de fervores y furores. Mis argumentaciones hallaban en su ejemplo un espléndido soporte. Yo hacía notar que el mismo temblor humano que desata y ennoblece la palabra de Hernández en la elegía que dedica a Ramón Sijé, y la misma carga de rebeldía que la inaceptable desaparición del amigo hace estallar en este extraordinario texto, los hallamos en «El niño yuntero» y la elegía a Pablo de la Torriente Brau, poemas de la faceta abiertamente política de Hernández.

Mucho tiempo fui de los que aseguran que la poesía está en las cosas y el poeta la descubre. Hoy prefiero decir que la poesía está en el poeta y las cosas se la provocan. Creo que la poesía no es un mundo aparte, sino una parte del mundo. Y pienso que la grandeza de un poeta estriba en la fuerza reveladora del idioma con que responde a la provocación de las cosas, en la amplitud de su capacidad de respuesta a los infinitos estímulos con que las infinitas cosas lo acosan.

Un poeta que me ha conducido a esta reflexión es Miguel Hernández. Él, yendo del culteranismo a los decires populares e incorporándose lo más auténtico de la poesía que lo precedió, se hizo un lenguaje entrañablemente suyo que le permitió sostener un diálogo eficaz con lo eterno y lo contingente, con el misterio y la evidencia, y que, puesto el poeta en la condición de testigo y partícipe de la historia que le impusieron, le sirvió para revelar la mayor cantidad de realidad de la tragedia española que comenzó en el 36.

A Miguel Hernández su muerte en una oscura cárcel nos lo presenta como un rayo vulnerado, pero su enorme poesía –el canto mayor que nos llegó de la Guerra Civil– lo ha convertido en el silbo que no cesa.

***

En París entrevisté* a Blas de Otero, un poeta de escritura estricta que yo acababa de descubrir. Hablo de 1960.

En el 5 de la Rue de Champs de Mars vivía un joven pintor vasco –¿de apellido Ibarrola?–, en cuyo apartamento habíamos quedado Blas de Otero y yo para almorzar y hacer la entrevista. En aquellos días me cautivaba el libro de Otero En castellano. Lo leía en la edición bilingüe que Claude Couffon preparó para Seghers.

Después del almuerzo, en el que nos acompañaron ¿Ibarrola? y alguien más que he olvidado, abrí sobre la mesa mi bloc de notas y mientras tomábamos el café intenté hacerle la entrevista a Blas, pero éste, para mi sorpresa y confusión, respondía mis preguntas con monosílabos e interjecciones. Llegué a pensar que me estaba tomando el pelo. Cuando di por fracasada mi misión, guardé el bloc y, haciendo esfuerzos para que no se me notara el mosqueo, anuncié que me iba. Blas dijo que también se iba y salimos juntos en busca del Metro. Por el camino apenas hablamos. Ya en el vagón, sentados frente a frente, Blas de Otero, con el cuello ceñido por una bufanda de franela gris, inesperadamente comenzó a responderme las preguntas que yo le había hecho en el piso de ¿Ibarrola? Con mi bloc de notas apoyado en las rodillas y luchando con el bamboleo y las sacudidas del jodido vagón, a duras penas pude recoger la cuarta parte de lo que me dijo, de súbito locuaz, aquella boca vasca.

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*La entrevista con Otero es una de las dos colaboraciones mías que aparecieron en Lunes de Revolución.

Animalia

Dice el amigo Arcadi Espada en una nota de su leído blog: “siempre he apreciado una insoportable falta de correspondencia entre el cariño que el hombre siente por ellos [los “animalitos”] y el que ellos sienten por el hombre”. Mi trato con animales me ha permitido apreciar todo lo contrario. Me habría gustado recibir de muchas personas el cariño que me han manifestado los gatos y perros que he tenido. ¿Y se puede decir que el hombre siente cariño por los animales? Lo que la realidad nos indica es que buena parte de los humanos ni siquiera siente piedad por ellos. Cada verano hay más mascotas abandonadas en las carreteras. ¿Cuánta gente disfruta de las corridas de toros, las peleas de gallos, las peleas de perros, la tortura de galgos…? 

Cura de caballo

ANN ARBOR, Michigan—Los cubanos tuvieron una menor tendencia a las enfermedades cardiovasculares y diabetes durante la década de los noventa, cuando su país vivió una dura y prolongada crisis económica, según un estudio divulgado hoy, miércoles. Como en otros países, en Cuba numerosas personas tienen sobrepeso y llevan un estilo de vida sedentario, ambos factores de riesgo para desarrollar diabetes y enfermedades cardiovasculares. En el año 1989, tras el quiebre del bloque soviético, Cuba comenzó una crisis económica prolongada, que se empeoró en los próximos cinco años con una reducción dramática de las importaciones y de los sistemas de racionamientos de alimentos y del transporte público. El empeoramiento en las condiciones de vida llevó a los cubanos a caminar y andar en bicicleta con más frecuencia, comer y fumar menos. «Los descubrimientos son sorprendentes, porque durante la crisis económica las condiciones de salud de los cubanos mejoraron dramáticamente y la mortalidad se redujo» dice José A. Tapia Granados, co autor del estudio y profesor asistente de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad de Michigan.

Si estos sabios de la Universidad de Michigan se pasaran una temporada en Cuba en manos de la OFICODA les bajaría el colesterol del cerebro “dramáticamente”.

La rebelión de los monjes y el cura de Timisoara

Teódulo López Meléndez*

Los monjes fueron agredidos por los soldados y comenzó la rebelión en la antigua Birmania (hoy Myanmar). Yo, que siempre disfruto escuchando un mantra budista, puedo imaginarme el zumbido increíble de veinte mil monjes entonando el «metta sutha» en las calles de Rangún y, luego, como multiplicado por el viento, en Mandalay, en Pakokku, en Sittwe, en todas las ciudades, ahora acompañados los monjes por grandes multitudes. La frágil (físicamente) Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz, confinada desde hace años por el grave delito de haber ganado las últimas elecciones de manera abrumadora, se asomó a la puerta para rendir homenaje a la multitud y para recibir el homenaje de la multitud. La rebelión contra la dictadura del general Tahn Shwe está en marcha.

El pastor luterano Lászlo Tökés recibió el 16 de diciembre de 1989 en su ciudad de Timisoara (Rumania) orden de desalojo junto a su esposa embarazada. El delito por el que se le echaba consistía en algunas críticas vertidas contra el presidente Ceausescu. El Obispo de su Iglesia lo destituyó del cargo a petición del gobierno. La gente comenzó a reunirse delante de la casa del pastor. Ante una multitud creciente el Alcalde de la ciudad declaró que la orden de desalojo había quedado sin efecto, pero la multitud comenzó a gritar consignas anticomunistas, con la presencia inmediata de la policía y de la temible Securitate. Era sólo el comienzo.

La jerarquía budista ordenó a los monjes regresar a sus monasterios, pero la orden ha sido desobedecida. Y he aquí que se extiende: a Masoeyein, a Mya Taung, a Bago, a Monywa y Masoeyeih. El zumbido del mantra pica como enjambre de avispas. Y los cuencos de recogida de ofrendas apuntan hacia abajo en señal de protesta. La dictadura militar parece encogerse, se refugia en una fortaleza. La líder de la Liga Nacional por la Democracia (LN), victoriosa en las ya lejanas elecciones, espera. Las Naciones Unidas entra en alarma y asegura que peligra la seguridad de todos los países del sudeste asiático.

Los manifestantes de Timisoara intentan incendiar la sede del Comité Distrital del Partido Comunista Rumano. La respuesta es gas mostaza y chorros de agua. La Securitate hace su trabajo arrestando y golpeando. Los manifestantes se refugian en la Catedral Ortodoxa y de allí de nuevo a la calle. Queman los retratos de Ceausescu, pero esta vez tienen enfrente al ejército. Tanquetas, disparos, muertos, helicópteros. Los manifestantes responden cortando el escudo socialista de la bandera rumana. El gobierno convoca a sus partidarios a marchar en defensa del régimen y, para los demás, ley marcial con prohibición de reunirse más de dos personas. Los jóvenes desafían la prohibición e izan la bandera, sin escudo socialista, en la torre de la Catedral y cantan «Despierta rumano», la antigua canción nacionalista hoy himno oficial de la europea Rumania. En la Plaza de la Victoria se cuentan los cadáveres de los jóvenes. Los obreros responden declarándose en huelga.

La dictadura militar birmana dura desde 1962. Las últimas elecciones legislativas fueron en 1990 cuando la frágil (físicamente) Suu Kyi obtuvo una victoria resonante. Cárcel para ella, Premio Nobel de la Paz para ella, cárcel de nuevo para ella, y las Naciones Unidas no dijeron que semejante situación amenazaba la seguridad de todos los países del sudeste asiático. Los presos comienzan a contarse por centenares. ¿Y por qué fue la primera protesta de los monjes, la protesta inicial que ameritó la arremetida del ejército dictatorial? Por el alto precio de los alimentos. Ya las multitudes en las calles de Birmania suman cientos de miles.

En la Plaza de la Ópera se concentran los obreros de Timisoara. «Nosotros somos el pueblo», es el grito de guerra. «El ejército está con nosotros», agregan, provocando la deserción de los soldados. El gobierno dictatorial envía a Timisoara trenes cargados con los obreros comunistas a enfrentar a los manifestantes, pero los obreros comunistas se suman a los obreros que protestan. Las protestas comienzan a incendiar todo el prado rumano y ya Timisoara no está sola, Sibiu, Brasov, Arad y Tirgu Mureş están en pie de guerra.

En Birmania ya hubo un levantamiento en 1988. Hubo 3 mil muertos. Ahora mismo, ¿qué harán? En aquel año el gobierno negoció, pero la dictadura quedó incólume. ¿Irán ahora los birmanos hasta el final? Ahora esta Suu Kyi. Ella no estaba en 1988, ella no había ganado las elecciones, ella no era Premio Nobel de la Paz, ella no era el símbolo que hoy es de libertad y democracia.

La revuelta llega a Bucarest. La dictadura rumana se desmorona. Un pastor luterano de la lejana Timisoara había incendiado la pradera. El todopoderoso, el que controlaba las masas, el que tenía la lealtad absoluta de las fuerzas armadas, el dictador omnipresente, el «padre» de los rumanos, termina como termina. La provincia había dado el ejemplo y avanzado hacia la capital de la Rumania hoy flamante miembro de la Unión Europea. Un pastor luterano bastó para acabar con una de las más sangrientas dictaduras europeas. Gloria a la Rumania libre.

Birmania está allí, por verse. Con los monjes entonamos el «metta sutha», el zumbido que puede llegar al cielo. Y nuestros corazones laten con el de Aung San Suu Kyi, la esperanza.
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Poeta, narrador y periodista venezolano. Con su anuencia reproduzco este excelente artículo, tomado del periódico digital Webarticulista.net

Una curiosidad: Entrevista con Ginsberg

La muerte de nuestros contemporáneos nos envejece. Cuando en la foto de grupo en que estamos comienzan a clarear las filas, nos asalta la certeza de que nuestro tiempo se despide y nosotros nos vamos con él. La mancha de vacío que nos asedia se expande con cada figura que se borra, pero mayor es el terreno que gana el desamparo si la que abandona la foto significó algo especial en nuestra vida. Mucho ha significado Allen Ginsberg para mi generación. Este desvergonzado y sonriente judío de New Jersey, profeta de la inconformidad como Whitman lo fue del sueño americano, desde su místico vitalismo dio, a su manera, una respuesta afirmativa a la demanda de Albert Camus, herética para las cabezas esclavizadas de todas los dogmas, de aprender a vivir el tiempo de los rebeldes.

Al comienzo de los 60 llegó el joven Ginsberg a La Habana. Ya era uno de los astros de la constelación beat junto a Jack Kerouac, Lawrence Ferlinghetti, Jakson Pollock, Gregory Corso, William Burroughs y Robert Rauschenberg. Lo entrevisté para el Hoy, pero no pude publicar la entrevista: el cuaquerismo de izquierda, que es el reflejo especular del de derecha, la censuró. Y eso que no les dije a mis escandalizados superiores en el periódico que el poeta me había recibido impecablemente desnudo, sentado en el centro de la cama en posición yoga.

He aquí la entrevista, que permaneció inédita durante más de treinta años:

GINSBERG HABLA Y YO ANOTO

Allen Ginsberg, poeta norteamericano, joven apaleado, está en La Habana otra vez. Vino con su jacket de piel roto, sus zapatos de lona y sus barbas a lo Profesor Nimbus para decir lo que le guste o lo que le dé la gana en relación con los libros de poesía que participan este año en el Concurso Literario Latinoamericano de la Casa de las Américas. Es, pues, uno de los jueces del premio de poesía. Todos esperamos que su aullido se haga sentir.

Conversamos en la habitación 1802 del hotel Habana-Riviera. Me arrellano en un butacón, apresto la pluma y el cuaderno de notas y me dispongo a oír y escribir.

Ginsberg sonríe y comienza a soltar la lengua:

–Me gusta la revolución, pero me disgusta lo que sucede con los homosexuales, porque yo mismo soy homosexual.

Hace una pausa y saca una risita de triunfo de la misma forma como Mandrake saca un pollo de su chistera. Continúa:

–Es decir, no precisamente homosexual, pues lo mismo me gustan los hombres que las mujeres. Walt Whitman dijo que la homosexualidad no es un problema social, sino una forma, una variedad de la naturaleza humana. En este siglo mecanizado, la ternura entre los hombres sirve de buena simiente para la democracia y el comunismo. Como dicen los jóvenes poetas rusos, el comunismo viene del corazón, o lo que es igual, del feeling. Luego entonces no hay por qué cuidar policíacamente el corazón. He oído que aquí existe un Departamento de Lacras Sociales… Antes habría que investigar los sentimientos de los que trabajan allí, que no entienden los signos exteriores del feeling, como la ropa, el cabello, la expresión de la cara… No hablo ahora de homosexualidad únicamente, hablo de todas las variedades individuales del verano de los hombres en este siglo. Pero estoy complacido de ver que los verdaderos revolucionarios, la mayoría de los que encuentro, son gentes muy simpáticas y entienden este problema sin ansiedad histérica o puritana y tienen en sus ojos la vieja estrella cubana.

Vuelve a sonreír. Le gustó el hallazgo de «la vieja estrella cubana». Retoma la palabra:

–Una revolución debe abrir conciencias y sentimientos, debe ser una llamada al amor. Y el amor es real, es del cuerpo, no está en el cielo, como dicen los squares eclesiásticos y la gente cerebral, para quienes el amor no es más que un esquema mental.

Le disparo la primera pregunta:

–¿Ahora escribes algún libro?

–Estoy escribiendo un diario de mi estancia en Cuba. De estas notas y sueños saco mis poemas. Cuando regrese a Estados Unidos voy a escribir poemas sobre Cuba y los publicaré en Evergreen Review. Si escribo crónicas es seguro que tendré problemas con el Departamento de Estado.

Hay encima de la mesa una estatuilla de Buda bañada por la luz de la lámpara. Ginsberg ha recostado, a los hombros del minúsculo Gautama, unas varillas de olor muy finas, a las que acerca una y otra vez la llama de un fósforo. No logra prenderlas. Desiste y se queja de su gripazo. Le disparo la segunda pregunta:

–Como poeta, ¿qué es lo que actualmente te interesa más?

–Actualmente lo que más me interesa es explorar mi conciencia y mis sentimientos y comunicarlos a los demás y a mí mismo en un ritmo que pueda mover el cuerpo. La poesía es una cosa fisiológica, como la música de los santeros.

–¿A todos los poetas de tu grupo les gusta nuestra revolución?

–La mayor parte de los poetas norteamericanos de mi generación simpatizan con la revolución cubana, salvo algunos excéntricos, que simpatizan sólo con su excentricismo.

Me viene a la mente el plantón que le dio Sartre al Premio Nobel. Tengo delante de mí a Ginsberg y no quiero perder la oportunidad de hacerle esta pregunta:

–Si la Academia Sueca te concediera el Nobel, ¿qué harías con el dinero, en caso de aceptar el premio?

–Si la Academia Sueca me otorgara el Nobel, con el dinero compraría algunos kilogramos de marihuana; daría unos miles de dólares al grupo de muchachos que hace cinematografía del desnudo en Nueva York (la Film Makers Cooperative, de la revista Film Culture); daría otros miles de dólares a algunos poetas esqueléticos de los Estados Unidos y la India; me compraría una buena grabadora; finalmente, viajaría por Rusia y China durante dos años.

Le disparo la última pregunta:

–Si pudieras hablar con el comandante Fidel Castro, ¿qué problemas le plantearías?

–Le plantearía tres asuntos: a) la necesidad de cuidar el valor social y la sensibilidad de los que aquí llaman «enfermos»*; b) le recomendaría la legalización de la marihuana porque no forma hábito y no es tóxica, se usa en medidas de recreación y no de vicio y es una amenaza social menor que el tabaco y el alcohol y, además, facilita una percepción aguda de la mente; c) si es posible, dar un gran golpe de alma y propaganda, que hiciera tambalear a la revista Time y sacudiera toda la paranoia gubernamental de Estados Unidos, aboliendo la pena capital en Cuba. Se pueden buscar otros modos más agudos para tratar con los enemigos de la revolución. Por ejemplo, pueden darles hongos mágicos y ponerlos a trabajar en los ascensores del Habana-Riviera.

Me despido de Ginsberg. Él queda en la habitación 1802. Yo salgo al fresco del malecón.

Cubanas y cubanos: Julián del Casal

Julián del Casal y de la Lastra nació en La Habana en 1863. Murió en la misma ciudad treinta años más tarde. Hijo de una madre cariñosa que fallece temprano y de un padre taciturno que se arruina pronto, supo de la tristeza y el desamparo bajo el techo familiar (“Mi juventud, herida ya de muerte, / empieza a agonizar entre mis brazos”) antes que al raso de la colonia. Así, cuando descubre la mezquina sociedad en que tuvo el infortunio de nacer —descubrimiento que, para mayor desgracia suya, hizo precozmente—, ya poseía cierta experiencia en materia de sufrimientos. La casa en que nació, frente a los parques que flanquean la bocana del puerto, aún está en pie y su gris abandono viene a ser una metáfora de la brumosa vida del poeta.

Con Casal, como con Martí, la poesía cubana del XIX conoce al unísono una plenitud de síntesis y una auténtica ruptura. Casal y Martí, que incorporan a la lírica insular la experiencia de los parnasianos y simbolistas franceses, cierran espléndidamente su siglo y, con él, la primera edad de la poesía cubana, dejando abiertos caminos promisorios a los poetas del XX.

Los dos coinciden en la renovación modernista (“nuestro verdadero romanticismo”, según Octavio Paz), en el dolor por Cuba, en el repudio a la colonia. Pero son espíritus dominados por fuerzas diferentes y aun contrapuestas. Martí, hombre de futuro, armoniza literatura y acción y muere en el torbellino revolucionario que fue el primero en desatar; Casal, hombre de nostalgias, se encierra en la literatura y muere de sí, de su hastío, mártir desolado de lo sórdido cotidiano, que nos va desollando morosamente.

Casal trabajó su verso en patéticas habitaciones convertidas en mundos artificiales. En ellas, cubierto con kimono japonés o con hábito benedictino (“Las formas en que utilizaste tus disfraces, / hubieran logrado influenciar a Baudelaire”, dirá Lezama), pretendió burlar el moho de la colonia y resistir la frustración cívica del país, mal endémico de Cuba. Considerado por su amigo Rubén Darío “el primer espíritu artístico de Cuba”, este habanero hiperestésico y solitario edificó su universo propio desafiando todo lo que lo inducía a concebir la Cuba de su momento como una “Siberia tropical” (frase de una carta suya al pintor francés Gustave Moreau), y amuralló su fantasía, crepuscular y lluviosa, como un alcázar destinado a proteger lo que en el verso último de uno de sus sonetos llamó “la esencia pura” de su corazón.

La rebeldía de Casal no quedó sólo “escrita sobre las alas de los inmaculados cisnes, tan ilustres como Júpiter” —¡ah, Darío!—; también, sin embozos metafóricos, yendo de la ironía al sarcasmo, quedó en las páginas volanderas, lindamente impresas, de La Habana Elegante. Un artículo suyo sobre —contra— el Capitán General de turno y su familia —el primero de una serie dedicada a la aristocracia capitalina— le costó su oscuro puesto de empleado público.

Las penas, las penurias, el trabajo obsesivo y el descuido de sí arruinaron su cuerpo en plena juventud. Una noche, a los postres de una cena en la casa de una familia amiga, alguien tuvo éxito con un chiste. Casal rió y una brutal hemoptisis cortó de súbito su risa. «Fue tapado por la risa como una lava», nos dice el verso lezamiano. Y así partió de este mundo quien, a solas consigo, pretendió salvar, en la «patria infeliz» en que había nacido, «el alma grande, solitaria y pura / que la mezquina realidad desdeña».

La tortura no es cultura

Bajo este lema que hago mío, hubo ayer una manifestación antitaurina frente a la plaza de toros de Barcelona. Leo en un periódico que coches con coronas fúnebres circularon alrededor de la plaza y que algunos manifestantes simularon un entierro “con fotos de toros agonizantes”. Odio el maltrato a los animales y aborrezco que se convierta en espectáculo. Me sumo a la protesta.

En Ibiza se ha armado la de Dios

En la iglesia del Hospitalet, en Ibiza, desacralizada, cedida por la Iglesia al Museo de Arte Contemporáneo de esa comunidad y convertida por éste en sala de exposiciones, hay una muestra de cuadros entre los cuales figura uno en que el difunto Juan Pablo II aparece sodomizado. El obispo de Ibiza protestó por lo que considera un agravio a la Iglesia y los católicos, y amenaza con quitarle la iglesia al Museo si el cuadro no es retirado. La directora del Museo ha dicho que la exigencia del obispo atenta contra la libertad de expresión, lo cual suscribo, y que ella no ve motivo para que el prelado proteste, lo cual me parece una changa. Si la ceguera de la directora es inconcebible, la reacción del obispo es medieval. Por cierto, el cuadro de la polémica es pura payasada en busca de escándalo.