Breves recuerdos de una gran amistad

MDM y Osvaldo. Las Palmas de Gran Canaria. 2014.

MDM y Osvaldo. Las Palmas de Gran Canaria. 2014.

Manuel Díaz Martínez
Cuando un amigo se despide definitivamente, deja un espacio en blanco en la foto de familia que es nuestra vida -ese inquieto retrato de grupo donde los rostros van apareciendo y desapareciendo, asomándose y esfumándose, mientras vivimos. Si el que se va es un amigo con mayúsculas, como era Osvaldo Rodríguez Pérez para mí, el asunto es muy grave porque el que emigra jamás se va del todo: su ausencia es tozudamente incompatible con la niebla o el olvido.
Osvaldo fue una de las primeras amistades que hice en Las Palmas de Gran Canaria cuando esta bondadosa ciudad nos acogió, a mi mujer y a mí, en diciembre de 1992. Desde el primer momento nos pusimos a tramar proyectos culturales, cuyo eje lo constituía la literatura hispanoamericana, y de manera privilegiada la poesía. Él, como han de saber sus colegas y alumnos de la Universidad de Las Palmas y de otras importantes instituciones docentes de España y de su Chile natal, era un competente expositor y diseminador de esta materia; pero también, y quiero subrayarlo, era uno de los hombres que más sabía en este mundo de la obra y la vida de su inmenso paisano Pablo Neruda, al cual dedicó páginas iluminadoras que deberían ponerse de nuevo en circulación.
Uno de aquellos proyectos culturales, el más ilusionante y complejo de todos, fue la revista de literatura y arte ESPEJO DE PACIENCIA, que comenzó a publicarse en 1995 bajo el auspicio de la Universidad de Las Palmas. ESPEJO DE PACIENCIA -la única revista de creación editada, en aquellos momentos, por una Universidad española y en la que colaboraron firmas reconocidas de las letras españolas e iberoamericanas- contó con el entusiasmo y el saber de algunos profesores de esta casa, entre los cuales destacaron Ángeles Mateo del Pino, quien le dio el nombre, y Osvaldo, con quien compartí la dirección de varios de los seis números que pudimos publicar a trancas y barrancas antes de que la soñolienta burocracia, que como se sabe es universal, se la cargara.
Junto a las profesoras Ángeles Mateo, ensayista, y Alicia Llarena, poeta, Osvaldo participó, con una ponencia sobre mi poesía, en el homenaje con que el XXXIII Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana me honró en la Universidad de Salamanca en el año 2000. Esa magnífica ponencia de Osvaldo se convirtió en el prólogo de la antología de mi obra poética que, promovida y traducida por el gran hispanista italiano Giuseppe Bellini, que tanto distinguía a Osvaldo, publicó, en edición bilingüe, la casa editora romana Bulzoni en 2001.
Terminaré esta sucinta reseña de acontecimientos que testimonian mis fraternas relaciones con Osvaldo dejando constancia de que a él debo la única visita que he hecho a su lejano y hermosísimo país. Gracias a él tomé parte en un espléndido congreso de críticos y profesores de literatura iberoamericana organizado por la Universidad Austral, en la que él estudió y dictó sus primeras clases de profesor. Ese viaje, que fue una incursión en los orígenes de mi amigo, me dio la oportunidad de conocer la cálida cordialidad de sus familiares y de sus amigos de Valdivia.
Me quedan muchas cosas que contar de una amistad que duró veinte años muy activos, una amistad del día a día, de confesiones, consejos y lealtades. Cuando concluya este acto y salga yo a la calle, se me hará muy cuesta arriba asumir que no podré sentarme con Osvaldo en alguna terraza para tomarnos algo fresquito mientras nos reímos, en primer lugar, de nosotros dos, y pelamos a algún güevón -de Cuba, de Chile o de aquí- que se lo merezca.
[Palabras leídas en el homenaje que la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria rindió ayer al catedrático chileno de Literatura Hispanoamericana Osvaldo Rodríguez Pérez, fallecido recientemente.]