Muere el poeta cubano Rafael Alcides

MDM Alcides y Rivero fotoHa muerto en La Habana, a los 85 años, víctima de un cáncer, Rafael Alcides, uno de los grandes poetas cubanos del siglo XX y figura eminente de la Generación del 50 de la literatura cubana. En la foto, tomada hace pocos años en una plaza de Logroño (España), Rafael aparece en el centro, acompañado por los poetas, también cubanos, Raúl Rivero (derecha) y yo.

Otto Fernández: 3 poemas

Tuve en La Habana una cordialísima amistad con el poeta Otto Fernández, paisano mío y fallecido hace ya trece años en aquella ciudad, y aquí, en Las Palmas de Gran Canaria, el azar ha querido que me encuentre con su hija Diana, a la que conocí cuando era niña. Ella, que hoy trabaja en la librería Canaima, una de las principales de Canarias, me ha obsequiado con un libro de su padre, EL PUENTE DEL AHORCADO, que yo no conocía. Es una cuidada edición bilingüe (español-húngaro) de poemas publicada en Budapest con prólogo de Simor András, tipografía de Domján István y traducciones de Dobos Éva, Garai Gábor y Simor András. A esta colección de poemas pertenecen los tres siguientes:

SANATORIO SAN JUAN DE DIOS

En las lentas tardes de verano
los dementes de ropas blanquecinas
lanzan al aire aullidos afiebrados,
polvorientos sobre las tejas pálidas
de San Juan de Dios.

El viento de cuaresma empuja
las ideas enrarecidas, hojas oscuras
que vuelan hacia el cielo
como inmensos pájaros sedientos.

Rojizo esplendor de carcajadas
sin motivo, de llantos acongojados
pueblan el aire de lejanas mariposas.

Ya la tarde ha caído detrás
de la arboleda, mientras los locos
modelan extrañas figurillas
contra el viento.

CALLEJÓN DEL SAPO

Por el callejón del sapo desfilan
las reses que van al matadero.
No es el látigo nocturno lo que oprime
el noble corazón de aquellas bestias.
ni el fétido olor a la tierra purulenta,
donde el gemido de huesos destrozados
es hierba habitual de aquel paraje.
Es el bramido cercano de la sangre seca
como canción de muerte, lo que aterra.
Es el cuchillo infernal buscando nuca,
buscando la vida, lo que voltea el ojo del tímido animal.

Que sea fuerte el brazo, el golpe como
de duro pedernal para doblar la angustia
creciente de la muerte,
que sea súbita la muerte total para sus ojos
que no verán cómo se incendian las flores
de la verde primavera.

ESCRIBIR UN POEMA

Escribir un poema es desangrar de letras
al alfabeto, lanzar hacia afuera el alma
como un cubo de agua enrarecida,
cocinar el corazón a fuego lento,
oprimir los ojos hasta quedarnos ciegos.
Es arriesgar la vida por segundo,
caer al vacío y asustarnos
como un niño perdido en el camino.

Pero el hombre a pesar suyo sigue trepando
por la blanca hoja de papel, persigue
la metáfora del sueño, el rabito escurridizo
del poema.

¿Quién atrapará el misterio del libro
en que todas las palabras, buenas y malas,
están escritas, son sagradas?
¿Quién dirá madre y sentirá de súbito,
el silbido de amor a sus espaldas?
¿Quién mencionará la vida, en tal manera,
que estallen las tumbas en los cementerios,
que quede la soledad sin prisionero,
el asesino sin cuchillo,
el militar sin balas cegadoras,
el soberano sin corona de oro y llanto ajeno,
la maldad sin claves para fijar el odio?

Para fundar bajo este cielo miserable
el amor permanente entre los hombres,
se escribe este poema.

No importa que Dios apriete su nudo corredizo
que explote la bomba, el corazón
de tanto miedo,
ni que el intento sea fallido.
Otros vendrán
persiguiendo la metáfora perfecta
buscando el libro abierto
en que están escritas todas las palabras
para alcanzar el poema que nos redima,
que nos salve para siempre.