José Lorenzo Fuentes, Miami.
-Llegué a París con muchas ilusiones pero sin dinero. Es lo que ocurre con frecuencia. Casi todo el mundo, quiero decir: los pintores y los escritores, los artistas bohemios, siempre llegan a París con los bolsillos vacíos -dijo Wifredo Lam y sonrió. La conversación se había iniciado en los alrededores de la piscina del hotel Riviera, en La Habana, adonde acudimos Samuel Feijóo y yo con distintos propósitos: Samuel para saludar a un viejo amigo, que llevaban años sin verse, y yo para intentar hacerle una entrevista que iba a publicar; ¿dónde?, no sabía a ciencia cierta en qué revista, pero mi olfato de periodista me decía que si lograba entrevistar a Lam no me iba a ser nada difícil, por supuesto, encontrar dónde situarla.
Aún era mediodía, bullía sobre nuestras cabezas un espléndido sol, una claridad ofuscadora que Samuel Feijóo aprovechaba para tomar las primeras fotos del encuentro. Pensé que si la buena suerte me acompañaba y lograba entrevistar a Lam, las fotos con las que Feijóo rescataba la escena podían servirme para dejar la indispensable constancia gráfica de aquel momento.
Era un mediodía de 1963. A esas alturas de su vida -tenía 61 años- ya Lam era famoso mundialmente; y según se comentaba, si no millonario, al menos sin duda atesoraba una buena suma de dinero en el banco. Cuando llegamos al hotel Riviera, Wifredo estaba reunido con tres amigos: Allan Jouffroy, editor de L’Express, el fotógrafo Leo Klatser y el escritor Roberto Fernández Retamar. Al cabo de un rato, cuando los tres amigos se despidieron, Wifredo se enfrentó con nosotros. Samuel lo abrazó y con familiaridad le dio varias palmadas en la espalda (¿o Lam a él, o los dos se reciprocaron las palmadas?) mientras yo los observaba en silencio, reflexionando si las preguntas que había anotado en un papel doblado en cuatro que llevaba en el bolsillo eran las más atinadas para cumplimentar la entrevista.
Fue entonces cuando Lam, sin que mediara una pregunta nuestra, empezó a hablar de su salida de Cuba, de su llegada a España y de sus primeros días en París. Lo oí decir muchas cosas, que el tiempo transcurrido no ha impedido que las tenga todavía -tantos años después- al alcance de la memoria. Dijo que abandonó Sagua la Grande, su pueblo natal, cuando sus sueños de llegar a ser un pintor importante lo hicieron ver en Europa la única oportunidad de alcanzar esa meta. “Mi primer encuentro con el mundo europeo fue en 1924, en España; país al que viajé para estudiar en la Academia San Fernando, de Madrid. Allí estudié bajo la dirección de Álvarez Sotomayor, un pintor académico que dirigía, además, el Museo del Prado, y que también fue profesor de Salvador Dalí.” Sin embargo, las mejores enseñanzas que recibió en España no provinieron de Álvarez Sotomayor, sino de su contacto directo con las obras de los grandes maestros en el Museo del Prado. De cuantas obras observó allí detenidamente, entre las que ejercieron sobre él una mayor atracción mencionó Lam las del Bosco, de Velásquez, de Brüeghel y de Goya. “Siempre pensé que España iba a ser para mí una breve etapa, porque mi destino final debía ser París. Ya se sabe que no ocurrió así. Y, por cierto, fue en España donde pude ver por primera vez, en 1936, una parte de la obra de Picasso.”
Mientras caminábamos alrededor de la piscina del hotel, Wifredo Lam continuaba hablando animadamente. Mencionó varias veces su llegada a París, “con los bolsillos vacíos”, como enfatizaba. “No tuve más remedio que alojarmen una buhardilla de un hotel en el boulevard Saint Michel, donde pagaba cinco francos, una miseria de dinero por la habitación.” En cuanto organizó sus pertenencias, hizo un recorrido a pie hasta la casa donde vivía Picasso, en la Rue de la Boétie. Llevaba, casi como un talismán contra la mala suerte, una carta de presentación que, según sus cálculos, le permitiría trabar una rápida relación con el gran pintor. No resultó así. Aunque su visita ya estaba anunciada, en lugar de Picasso, se encontró únicamente con Marcel, su chofer, quien le dijo que el encuentro con Picasso debía efectuarse a las cuatro de la tarde en la galería MeauxArts. “Cuando al fin nos encontramos fue algo así como un amor a primera vista”, dijo Wifredo Lam con una sonrisa. “Desde el primer momento Picasso me trató con gran familiaridad. Decía que los dos teníamos la misma sangre, que éramos como parientes. También me dijo que yo le recordaba a alguna persona, y más tarde me confesó que esa persona que yo le recordaba era a él mismo. Siempre le he buscado una explicación a esas palabras. Quizás sería, pienso yo, por la misma pasión que los dos desplegábamos en el trabajo.” Por supuesto, fue Picasso quien le abrió el camino en París. Recomendado por Picasso, pudo Lam efectuar en 1939 una exposición en la galería Loeb, a la que asistieron, entre otras personalidades, Marc Chagall, Le Corbusier y por supuesto Picasso.
-¿Cuándo regresaste a Cuba por primera vez? -pude preguntarle, interrumpiendo su charla.
-Dos años después, en 1941-respondió Lam. Por un lado, según él, fue un regreso triste, porque se encontró de nuevo con la miseria en la que vivían sus compatriotas. Pero también fue alegre, porque significó un reencuentro con la magia, con los adivinos, los santeros y los magos que le poblaron la imaginación desde los días de su niñez. “Yo siempre he dicho que soy materialista, pero en una ocasión un mago me dijo que una persona que vivía en el barrio del Cotorro me iba a comprar un cuadro. Yo me eché a reír, incrédulo. Pero a los pocos días el escritor Alejo Carpentier, que vivía precisamente en el Cotorro, me visitó para comprarme un cuadro. El mago no se equivocó. Por eso también he sido siempre muy tolerante con todas las creencias. Recuerdo que cuando yo iba a salir de Cuba rumbo a Europa, mi madrina Ma’Antoñica, me mandó buscar para hacerme una limpieza con yerbas y esas cosas, creo que con rompezaragüey y abrecamino, para que todo me saliera bien, y yo acepté convencido de que si no me hacía bien tampoco me haría mal. Y resultó que me hizo bien.” (A su regreso a París, en 1942, después de su breve estancia en Cuba, comenzó a pintar La Jungla, que concluyó en 1943; obra que, según la crítica del momento “combinaba el surrealismo y el cubismo con las formas y el espíritu del Caribe”, y que, junto con el Guernica de Picasso figura entre las más renombradas del Surrealismo).
-Ustedes ya podrán imaginarse lo que es llegar a París sin dinero -dijo Lam, con el evidente propósito de retornar al único tema que esa tarde le parecía interesante abordar: su relación de entrañable amistad con Picasso. En efecto, siempre se ha dicho que a ningún otro pintor Picasso le tendió la mano con tanta generosidad como a Wifredo Lam. Y no solo porque desde el primer momento reconoció su genio, sino porque siempre acudió en su ayuda en instantes en que Lam mucho lo necesitaba. En una ocasión en que Picasso lo visitó, cayó en la cuenta de que Lam estaba escaso de dinero; con prontitud extrajo de uno de sus bolsillos su chequera, y le entregó un cheque por varios miles de francos. El cheque llevaba la firma del eximio pintor: Pablo Ruiz. Lam lo enmarcó, y lo colocó en la pared como si fuera una pintura de Picasso; no fue capaz de llevarlo al banco para traducirlo en dinero hasta que su situación económica empeoró aún más y se le hizo insoportable: o cambiaba el cheque o se moría de hambre. “Para mí, la firma de Picasso valía más que todo el dinero del mundo.”
Como me percaté de que ya se hacía de noche y la conversación estaba llegando a su final, aproveché para decirle a Lam que quería hacerle una entrevista. “Una entrevista formal, sobre su vida y su obra”, subrayé. Pensé que podía publicarla en Bohemia, la revista en la que entonces yo colaboraba con cuentos y reportajes.
-Claro que sí, con mucho gusto -me dijo Wifredo-. En cualquier oportunidad.
Esa posible oportunidad nunca se presentó.
Entrevistas a 5 grandes, en cuyas páginas podremos disfrutar de conversaciones que el narrador y periodista José Lorenzo Fuentes (Santa Clara, Cuba, 1928) sostuvo con Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Cundo Bermúdez, Alfonso Grosso y Wifredo Lam. El diseño de cubierta y contracubierta es de Gloria Lorenzo. El libro ya está a la venta en Amazón.
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