Recuerdos: Branly, Baragaño, Cabrera Infante

Branly y Manolo

Branly (derecha) y yo en la redacción de "Carteles". 1958

Cultivaba Branly, en aquella época, un sarcasmo similar al de su entrañable Baragaño. Surrealista al fin, sentía la necesidad de comportarse siempre como Michel Leiris cuando, desde una ventana de la Closerie de Lilas, se cagó en la Francia burguesa ante la indignada perplejidad de un montón de bien vestidos transeúntes. Sus cuchufletas –luciferino humor el suyo– venían a ser el equivalente de las “banderillas” a la Francis Picabia. Y había que verlo cuando respondía un saludo: parecía que descargaba un revólver sobre la muchedumbre. Dijera lo que dijera, hablaba con entonación profética, y el eco de sus palabras sólo podía ser reemplazado por el de las trompetas del Juicio Final. Aunque yo no militaba en el Surrealismo, sufrí en apreciable medida el influjo de esa conducta díscola, provocada, sin duda, por una inmensa insatisfacción y una feroz rebeldía. En cierta ocasión en que, con unos cuantos años más en las espaldas, rememorábamos aquellos tiempos, Roberto y yo llegamos a la risueña conclusión de que nuestra ideología de entonces oscilaba entre un “anarcodadaísmo” y un “marxismobretonismo”.

Boda. De izquierda a derecha, Branly, yo, Ofelia y Alicia Gronlier.

Boda. De izquierda a derecha, Branly, yo, Ofelia y Alicia Gronlier.

…Ofelia y yo nos casamos en el apartamento que el poeta Roberto Branly ocupaba en la tercera planta de un edificio de El Vedado. Lezama quiso ser padrino de la boda y nos regaló un plato chino de porcelana obsesivamente decorado con mariposas. Su obesidad y su asma le impidieron subir las escaleras que conducían al piso de Branly, de ahí que sea el gran ausente en las fotos del brindis.

José A. Baragaño

José A. Baragaño

A Baragaño yo volvería a verlo antes de la fuga de Batista. El encuentro se produjo en el cuarto que ocupaba Branly en una casa de huéspedes de la calle San Lázaro, a pocos metros de la Universidad de La Habana. Una noche fui allí a visitar a Branly, que estaba enfermo. Lo encontré acatarrado, febril, metido en cama y cubierto hasta la nariz con una severa frazada. Junto a la cama había una mesa velador anegada de esos objetos (pomos de jarabe, sobres de comprimidos, bulbos de inyecciones, potes de ungüentos, frasquitos, inhaladores, vasos, cucharitas, goteros, termómetros, jeringuillas…) que los enfermos acopian, sobre todo si son hipocondríacos como Branly. Presidiendo aquel maremágnum, en el borde delantero de la mesa y junto a una taza descomunal, se destacaba el brillo plateado de una de aquellas moneditas de diez centavos que llamábamos reales. Casi pisándome los talones entró Baragaño. Estaba eufórico. Lucía su atuendo habitual de aquella época: traje negro, desflecado en el cuello y las bocamangas y constelado de espejos, camisa más o menos blanca, corbata agonizante, mocasines exhaustos. En una mano traía su panzudo y magullado portafolios; en la otra, un sobre grande lleno de papeles enrollados. Mostró enseguida a Branly, no a mí, los papeles del sobre: eran las galeradas de prueba de su libro sobre Wifredo Lam. En ese momento llegó a la habitación Severo Sarduy con alguien más que he olvidado y se trenzó una conversación en la cual los únicos que no metíamos baza éramos el enfebrecido Branly y yo, él por su malestar y yo por no hablarle a Baragaño. De repente, sobresaltado, Roberto advirtió que Baragaño había desaparecido. Instintivamente se incorporó en la cama y fijó la vista en el lugar donde segundos antes espejeaba su único realito, destinado a la compra del café con leche que sería su cena. La comprobación de su sospecha la tuvo cuando el exegeta de Lam regresó a la habitación saboreando, con cándida naturalidad, el humo de una breva fina recién comprada en la caficola de los bajos. (La bronca, lector hermano, la dejo a tu imaginación.)

Guillermo Cabrera Infante y Baragaño en la sede del periódico "Revolución"

Guillermo Cabrera Infante y Baragaño en la sede del periódico "Revolución"

Branly y Baragaño, los surrealistas más notorios de la literatura cubana, formaban un dúo inseparable, pero tormentoso: se admiraban mutuamente, en el fondo se querían, pero no paraban de pelearse. Una noche, en 1959, recibí una llamada telefónica de Guillermo Cabrera Infante, quien entonces era redactor jefe del periódico Revolución, en el que Branly y Baragaño hacían la página cultural diaria Nueva Generación, donde alguna vez colaboré. Guillermo me dijo: «Manolo, te llamo para que no te pierdas esto», y a través del auricular me llegaron los improperios y las espeluznantes amenazas que Branly y Baragaño se cruzaban a voz en cuello, el primero con ira rayana en furia y el segundo con talante a todas luces burlón. De pronto sentí de nuevo la voz de Guillermo: «¿Oíste? La paranoia, la paranoia».

Después de nuestros primeros encuentros, en aquel aciago 1958, Baragaño y yo no volvimos a vernos hasta principios de 1959, cuando él regresó de su segundo viaje a París, viaje que se vio obligado a hacer, con la ayuda económica de Wifredo Lam, después de haber sido golpeado por la policía batistiana en Pinar del Río. Me visitó en el cubículo que ocupábamos, en la redacción del periódico Diario Libre, los que hacíamos la página Arte y Literatura. Llegó alrededor de las nueve de la noche, se dirigió a mi escritorio y, sin saludarme, me dijo algo así como «Te haré el honor de darte un artículo para tu página». Acto seguido se sentó frente a una máquina de escribir y lo redactó. Le hizo algunas enmiendas,  me lo dejó encima de la mesa y se fue sin despedirse.

Nivaria y yo. Valencia, España, noviembre de 2008.

Nivaria y yo. Valencia, España, noviembre de 2008.

Días más tarde me llegaron enemigos rumores relacionados con Baragaño. Por la redacción de Diario Libre desfilaron una noche más bardos y prosadores que los que habitualmente nos hacían la corte, y entraban preguntando lo mismo: «¿Sabes dónde está Baragaño?» Yo no sabía dónde estaba ni por qué lo buscaba tanta gente. Uno de los visitantes, Virgilio Piñera, me reveló el secreto: «Lo buscan para lincharlo porque anda diciendo por ahí que Nivaria Tejera era batistiana». «¿Tú lo crees capaz de decir eso?», le pregunté. Virgilio me respondió con su peculiar agrura que Baragaño era capaz de cualquier cosa con tal de echarse encima más enemigos. Luego me aseguraron que Baragaño había desaparecido sin dejar rastro. Quizás se procurara el sombrero de Zequeira(*), lo cual, para Roberto Branly, no era inconcebible, pues Branly afirmaba que Baragaño era tan surrealista que podía salir de una habitación tres veces sin entrar ninguna.

Los poetas Roberto Branly, Manuel Díaz Martínez, Raimundo Fernández Bonilla, Frank Rivera y Severo Sarduy, integrantes del Grupo "Arquipiélago", en compañía de Irene Farías, durante la lectura y comentario de poemas, realizados el pasado viernes 14, en el Primer Festival de Arte Nacional de la Libertad, organizado por la Dirección Provincial habanera del Movimiento Revolucionario "26 de Julio", que tuvo por sede el Palacio de los Trabajadores de la CTC Revolucionaria. (Foto Tirso). Periódico "Revolución", 19/5/1959.

Los poetas Roberto Branly, Manuel Díaz Martínez, Raimundo Fernández Bonilla, Frank Rivera y Severo Sarduy, integrantes del Grupo "Arquipiélago", en compañía de Irene Farías, durante la lectura y comentario de poemas, realizados el pasado viernes 14, en el Primer Festival de Arte Nacional de la Libertad, organizado por la Dirección Provincial habanera del Movimiento Revolucionario "26 de Julio", que tuvo por sede el Palacio de los Trabajadores de la CTC Revolucionaria. (Foto Tirso). Periódico "Revolución", 19/5/1959.

(*) El poeta cubano Manuel de Zequeira y Arango (1764-1846) perdió la razón y creía que se hacía invisible al ponerse el sombrero.

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El primer texto es de mi prólogo a la antología de Branly Ya la orquesta triunfa sobre el aire, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1985, y los otros corresponden a mi libro Sólo un leve rasguño en la solapa, Logroño, España, AMG-Editor, 2002. Las fotos son de mi archivo.