Agustín Acosta/Poemas

Agustín Acosta Bello nació en la ciudad de Matanzas, Cuba, el 12 de noviembre de 1886. Su primer trabajo fue el de telegrafista de los ferrocarriles. En 1918 se doctoró en Derecho Civil en la Universidad de La Habana. Ejerció como notario en el municipio matancero de Jagüey Grande.

Fiel a la norma de la intelectualidad cubana de su época, Acosta hizo una intensa vida pública: presidió el Partido Unión Nacionalista, combatió la dictadura de Gerardo Machado y sufrió prisión por ello, fue gobernador interino de la provincia de Matanzas, dirigió la Secretaría de la Presidencia en el gabinete de Carlos Mendieta y ocupó, de 1936 a 1944, un escaño en el Senado. El Congreso de la República le confirió en 1955 el título de Poeta Nacional, que la revolución de Fidel Castro traspasaría a Nicolás Guillén.

Acosta publicó versos por primera vez en Letras y El Fígaro. Colaboró en otras importantes revistas de la isla —Orto, Social, Revista de Avance, Bohemia, Carteles— y en el habanero Diario de la Marina, el periódico más antiguo de los que se editaban entonces en América.

Ala (1915) es su libro inicial, al que siguieron Hermanita (1923), La zafra (1926), Los camellos distantes (1936), Últimos instantes (1941), Las islas desoladas (1943), Poesías escogidas (1950), Poema del centenario (1953), Agustín Acosta: sus mejores poesías [Barcelona, Ed. Bruguera] (1955), Jesús (1957) y Caminos de hierro (1963).

Agustín Acosta, Regino Boti (1878-1958) y José Manuel Poveda (1888-1926) son las cabezas descollantes del movimiento postmodernista, que marcó cronológica y estéticamente el inicio de la poesía cubana del siglo XX. Acosta nunca abandonó del todo el legado romántico (muy visible en sus monumentales poemas de asuntos patrióticos, que constituyen lo menos atractivo de su obra) ni se libró enteramente del influjo, en ocasiones avasallador, que sobre él ejerció Rubén Darío, razones por las cuales “es el más tradicional de los poetas postmodernistas”, como ha dicho Mihály Dés(*). Su principal aporte a la renovación de la lírica cubana es la emotiva sencillez que domina sus mejores versos —temprano antecedente del coloquialismo de los años 50 y 60—, de la que es ejemplo consumado el soneto “La camisa”; sencillez que le permitió trasmitir con soltura y transparencia, tanto en décimas de tono popular como en el extenso poema “Las carretas en la noche”, inquietudes y sentimientos relacionados con el país. Este poema, el más célebre de los suyos, pertenece al libro La zafra, que lo vincula a la Vanguardia y por el que es considerado, junto a Regino Pedroso (1896-1983), iniciador de la corriente político-social en la poesía cubana de la República.

Tendría yo ocho o nueve años cuando vi por vez primera a Agustín Acosta. Él era primo hermano de mi abuela paterna, Dolores Bello Casaña, y acompañándola a ella y a mi madre lo visité en su casona de Jagüey Grande, ciudad del sur matancero, entonces rodeada de interminables plantaciones de caña de azúcar. De aquella casa, donde vivía y tenía su bufete de notario, recuerdo nítidamente el patio central, desbordante de luz y verdor, y también de gallinas, y una abrumadora biblioteca que provocó alguna zozobra en el niño que era yo.

Estuve con el tío Agustín por última vez en 1970. Entonces él me visitó a mí en mi casa de La Habana. En aquella ocasión me contó que en 1910 había visto en el habanero Hotel Inglaterra a Rubén Darío, pero de espalda, sólo de espalda, porque no se atrevió a acercársele y saludarlo.

En 1973, el viejo Poeta Nacional destronado se fue al exilio. Murió en Miami el 12 de marzo de 1979.

SINFONÍA EN VERDE

Tengo llena de verde la pupila:
verde de campo, de tus ojos, verde
de mar y de esperanza, en el que pinta
rosas de amor tu hermana Primavera…
¿Será mi corazón una esmeralda
bajo la sideral luz de tus ojos?
Sospecho que su dulce maleficio
cae sobre él de igual manera que
sobre un lago la irreal luz de la luna…
Amo todo lo verde porque trae
hasta mi corazón y mi memoria
el recuerdo inefable de tus ojos…!
Amo el limo de los viejos estanques,
y los húmedos muros donde ha puesto
la lluvia un verde terciopelo antiguo.
Y los ojos felinos —las del odio
y el misterio sonámbulas pupilas—
amo también, por la obsidiana húmeda
que desprende vivaz chispa de oro
en el minuto urgente en que se cumple
—lascivo ardor— la gran ley de la vida…!
Verde de los capullos en la flora,
dulce como la infancia… Y agresivo
verdor de cardos que la planta hieren
en la agria soledad de los caminos…
(Causa altísima, oh Dios, que amar me hace
la indignidad discreta de las cosas
cuando ostentan la magia del sereno
calor de sus pupilas adoradas…!)
Desdichado Lorrain, para quien nunca
florecieron los pálidos nelumbios
que en sueños, una vez, vio tembloroso
en los trágicos ojos de Astartea…!
No por su alcohol, ni por su literario
y triste influjo sobre los poetas,
amo el ajenjo turbador, que evoca
el diáfano verdor de tu pupila;
sino por la diabólica quimera
de ver en el ajenjo diluida
la pálida esmeralda de tus ojos…!
Oh, tus ojos de menta, donde esclavo
mi corazón percibe el alimento
de tu fascinadora gracia ingenua!
Y como en una nebulosa —astro
perdido en un sutil polvillo de oro—
marcho hacia el gran laurel, hacia la gloria,
no por ser gloria, sino porque ostenta
el amoroso verde de tus ojos…!

DE PASEO

Bajo el alón plumado de amplísimo sombrero,
inquieres la presencia de una altiva figura
que ha de cruzar contigo las dudas del sendero
lleno de regocijo o lleno de amargura…

Acércome a tu lado… Tu frente pensativa
del interior instante las ansiedades pierde.
Tu cuerpo agita un raro temblor de sensitiva
bajo el redondo palio de tu sombrilla verde.

Tienes algo de Londres, pero mucho de Francia:
una suma realeza y una noble elegancia
palpitan en la seda de tu vestido gris.

Yo te contemplo, absorto, y en mi entusiasmo creo
que eres una duquesa que sale de paseo
hacia las pintorescas afueras de París…

CLEPTÓMANA

Era una cleptómana de bellas fruslerías;
robaba por un goce de estética emoción…
Linda facinerosa de cuyas fechorías
jamás supo el severo juzgado de instrucción…

La sorprendí una tarde, en un comercio antiguo,
hurtando un caprichoso frasquito de cristal
que tuvo esencias raras… En su mirar ambiguo
relampagueó un oculto destello de ideal…

Se hizo mi camarada para cosas secretas
—cosas que sólo saben mujeres y poetas—;
pero llegó a tal punto su indómita afición,

que perturbó la calma de mis serenos días…
Era una cleptómana de bellas fruslerías,
¡y, sin embargo, quiso robarme el corazón…!

MI CAMISA

Esta camisa blanca que mi madre ha zurcido,
tan llena del aroma íntimo de mi casa,
tiene una santidad cuyo oculto sentido
ni envejece ni pasa…!

Yo podré ser mañana un hombre potentado,
sin soberbias ridículas y sin turbios sonrojos.
A estos días de ahora llamaré mi pasado,
y una lágrima triste caerá de mis ojos.

Mi pasado! Oh qué dulce me será todo esto!
En el viejo horizonte ya mi sol se habrá puesto,
y yo despreciaré honores y fortuna…

Acaso esté de sedas riquísimas vestido;
mas como esta camisa que mi madre ha zurcido,
no me pondré ninguna…!

LA PIEDRA DESNUDA

Vine a decirte adiós, piedra desnuda.
Te quedas sola en medio de la noche.
Muchas veces en ti recliné mi cabeza
y tuve el sueño de Jacob. Ahora,
al continuar el viaje, no me llevo
sino la huella roja de tu arruga
en la mejilla. Soy agradecido.
Las suaves almohadas no me han dado
sino plácidos sueños, enervantes
apreciaciones de la vida. Hacía
falta a mi voluntad tu agria dureza.
Tal vez eres la misma que a Jacob
le dio el bíblico sueño, y en tu entraña,
como un raro metal, duerme el augurio.
Te quedas sola en medio de la noche…
Vengo a decirte adiós, piedra desnuda…!

ABANDONADA A SU DOLOR…

Abandonada a su dolor, un día
en que la sombra la envolvió en su velo,
me dijo el corazón que ella vendría
en el milagro espiritual de un vuelo.

Abrí los pabellones solitarios;
iluminé los vastos corredores;
quemé la mirra de los incensarios
y el frío mármol alfombré de flores…

Llegó cansada de volar… Yo dije:
—Alma, mujer inspiradora: rige
mi vida entera para siempre. Arde

como la mirra el corazón que inmolo…
Amor no llega demasiado tarde
a quien se siente demasiado solo…!

LA PALABRA BRUMOSA

Tengo el decir enfermo de una niebla lejana,
oh Dios, y se me torna de humo la palabra.

Yo la deseo límpida… Yo la ambiciono diáfana…
El valle tiene nieblas y lo veo a mis plantas.

Sol, oh sol, oh sol mío! Necesito tu cálida
vibración. Tengo enferma la luz de la palabra;

de mí sale brumosa, y yo la quiero diáfana;
la concibo de oro y la expreso de plata.

Y no quiero, no quiero que jamás mi palabra
sea el humo que expela una hoguera lejana…

EX – LIBRIS

Necesidad de hacer música mía,
y de arrancarme hojas
en un otoño voluntario! Inmensa
necesidad de ser envuelto en ondas
de músicas que digan el secreto
que callan las palabras, las sinuosas
palabras —oh serpientes, oh caminos!—
que al parecer salen del alma, pero
dentro se quedan y la ahogan.
¿Y mi grito de ayer? Le puse al piano
una sordina espiritual, y ahora
sólo sabe quejarse con sonrisas
que desdeñan la gloria.
Quiero que ahonde el cauce de mi río
una vena potente, y que las ondas
lleven al mar de lo infinito el eco
de lo que nunca será dicho. Flotan
sobre mis aguas mástiles que un día
apuntaron al cielo, en las auroras
advenedizas; ellos no quisieron
herir el cielo, pero sí la pompa,
al corazón y al pensamiento extraña!
—Es la hora —me dicen— es la hora…
¿Es la hora de qué? ¿De qué es la hora?
¿Quién sabe, bajo el sol, cuál es su hora?
Es la hora de estar quietos. ¿Se escucha
alguna voz que nos responda
al llamamiento sin palabras
que dirigimos a las sombras?
He dicho que no soy fuego de pira,
y espero que las últimas escorias
se desparramen en el viento, vuelen
con alas muertas —tristes mariposas
sin vida y sin calor— y se extravíen
por lo infinito, donde están las sombras
queriendo hacerse luz. También he dicho
que soy en mí como es en sí la sombra:
causa de luz y efecto de sí misma.
Ved cómo, siendo sombra, soy aurora!
Resumen: mi ideal bien poco pide:
ser música de mí, música sorda.
Ex – libris del ensueño: un árbol verde
y una paloma.

A LA BANDERA CUBANA

Gallarda, hermosa, triunfal,
tras de múltiples afrentas,
de la patria representas
el romántico ideal…!
Cuando agitas tu cendal
—sueño eterno de Martí—
tal emoción siento en mí,
que indago al celeste velo
si en ti se prolonga el cielo
o el cielo surge de ti…!

PÓRTICO (fragmento)

Musa patria: pon a tono
con la autóctona belleza
la anacrónica realeza
de tu manto y de tu trono.
No es el perpetuo abandono
de tu púrpura elegida:
es la emoción sorprendida
que, en esa púrpura santa,
borda una estrella que canta
la afirmación de la vida.

[…]

Aquí la paz me saluda
junto a la verde campiña,
y mi corazón se aniña,
se enternece y se desnuda.
Me escuda el monte, me escuda
este instante de la Historia
en que, bajo un sol de gloria,
surge el ingenio* acerado:
gigantesco acorazado
de una marina ilusoria!

[…]

Las lluvias primaverales,
después de un áspero invierno,
pintaron de verde tierno
los nuevos cañaverales.
El agua torció raudales
por los declives del suelo;
la lluvia en límpido velo
cayó en largas hebras finas
como cañas cristalinas
de las colonias** del cielo.

HUERTO CERRADO

Cada vez que hago bien, oh corazón, me invade
una dulzura fresca, cuya virtud comprendo;
veo dulces sonrisas en bocas que no existen,
y manos invisibles que me están aplaudiendo.

Oh gozo, oh incomparable fruición, oh silencioso
júbilo! El corazón de penas se despoja,
y no viene el otoño con su ráfaga cruda
a esperar la caída de la última hoja.

Y sentir que unas manos me expresan gratitud,
y ver que en los risueños ojos menesterosos
hay yo no sé qué alma arrojándome pétalos
sobre tantos caminos obscuros y sinuosos.

Y saber, oh saber que no soy maldecido,
que mi nombre, por bocas ajenas pronunciado,
deja buenos recuerdos en las almas que un día
recibieron un lirio de mi huerto cerrado!

LAS CARRETAS EN LA NOCHE

Mientras lentamente los bueyes caminan,
las viejas carretas rechinan… rechinan…

Lentas van formando largas teorías
por las guardarrayas y las serventías…

Vadean arroyos, cruzan las montañas
llevando el futuro de Cuba en las cañas…

Van hacia el coloso de hierro cercano:
van hacia el ingenio norteamericano…

Y como quejándose cuando a él se avecinan,
las viejas carretas rechinan… rechinan…

Espectral cortejo de incierta fortuna,
bajo el resplandor de caña de la luna…!

Dando tropezones, a obscuras, avanza
el fantasmagórico convoy de esperanza.

La yunta guiadora de la cuerda tira,
mientras el guajiro canta su guajira…

Ovillo de amores que se desarrolla
en la melancólica décima criolla:

“Hoy no saliste al portal
cuando a caballo pasé:
guajira: no sé por qué
te estás portando muy mal…”

Y al son de estos versos rechinan inquietas
con su dulce carga las viejas carretas…

“En el verde platanal
hoy vi una sombra correr:
mucho tendrá que temer
quien te me quiera robar,
que ya yo tengo un altar
para hacerte mi mujer”.

En bruscos vaivenes se agachan, se empinan…
las viejas carretas rechinan… rechinan…

Las ruedas enormes, pesadas, se atascan…
Los bueyes se lamen los morros y mascan…

Jura el carretero, maldice, blasfema,
y cada palabra es un anatema…

Detiénese el tardo cortejo a ayudar
a quien paso libre tiene que dejar.

Aquí de las piedras que calcen las ruedas,
los troncos robados a las arboledas…

El esfuerzo inútil y la imprecación…
La frase soez y la maldición…

Oh guajiro… y mientras a gritos maldices,
los bueyes se lamen las anchas narices…!

Al fin sobre firme terreno ha rodado
el carro de caña de azúcar cargado.

Y de otra carreta sale una canción
que exorciza el eco de la maldición:

“Yo nunca podré aspirar
a darte un beso de amor:
tú conoces mi dolor
y no lo quieres calmar”.

Y al son de estos versos rechinan inquietas
las tardas, las viejas carretas…

“Te vas al pueblo a bailar
y no te acuerdas de mí;
de mí que me quedo aquí,
y que como buen poeta
te dedico esta cuarteta
que he sacado para ti”.

En bruscos vaivenes se agachan, se empinan…
las viejas carretas rechinan… rechinan…

El ingenio anuncia cambio de faena
con un prolongado toque de sirena.

Y a través de sombras fantásticas brilla
como gigantesca lámpara amarilla,

soplando cautivos vapores rugientes
hacia los irónicos astros esplendentes.

Por las guardarrayas y las serventías
forman las carretas largas teorías…

Vadean arroyos… cruzan las montañas
llevando la suerte de Cuba en las cañas…

Van hacia el coloso de hierro cercano:
van hacia el ingenio norteamericano,

y como quejándose cuando a él se avecinan,
cargadas, pesadas, repletas,
¡con cuántas cubanas razones rechinan
las viejas carretas…!