Microhomenaje a Pablo de Rokha

En estos días se celebraron las Jornadas Internacionales de Literatura y Crítica «Minificción Literaria», organizadas por el Departamento de Filología Española, Clásica y Árabe de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), bajo la responsabilidad del catedrático de Literatura Hispanoamericana Osvaldo Rodríguez. Como actividad paralela a este coloquio, que tuvo lugar en la Casa-Museo de Colón, se realizó un “microhomenaje” a Pablo de Rokha, aprovechando la presencia de notables especialistas en la obra de este gran poeta chileno. Participaron: Freddy Vilches (Lewis and Clark College, Oregon, USA), Maribel Lacave y Constantino Contreras (Universidad de La Frontera, Chile), Naín Nomes (Universidad de Santiago de Chile), Roberto García de Mesa (Tenerife), María Isabel Larrea Oporto (Universidad Austral de Chile), Ángeles Mateo del Pino (ULPGC), Carmen Márquez Montes (ULPGC), Nieves María Concepción Lorenzo (Universidad de La Laguna, Tenerife), Fernando Moreno (Universidad de Poitiers, Francia), Francisca Noguerol (Universidad de Salamanca) y Christine Muñoz (Universidad de Poitiers). Un recital poético “a tres bandas” cerró el homenaje a De Rokha y en el mismo tomaron parte los poetas Pedro Flores (Canarias), Naín Nomes (Chile) y Manuel Díaz Martínez (Cuba-Canarias).

Los textos que leí son los siguientes:

EL ARTISTA COMO LÍDER

El mesianismo social de variados signos que se desató a comienzos de esta centuria y las vanguardias estéticas surgidas de él produjeron un tipo de artista devoto del vitalismo, voluntarista, optimista, agitador de rebeldías presentes y predicador de porvenires más o menos paradisíacos. Rebosantes de inconformidades, críticos acerbos de las miserias materiales y morales que achacaban al individualismo liberal, aquellos creadores dedicaron su estro a fomentar la impostergable revolución -anarquista, comunista o fascista- de la que nacería un mundo hiperdesarrollado donde la fraternidad y la solidaridad sustituirían, para siempre, a la mezquindad burguesa.

Entre estos artistas aparece el poeta chileno Pablo de Rokha (o sea, Carlos Díaz Loyola), quien, nacido en 1894, terminó con su vida en 1968 pegándose un tiro. Él decía: “Los pueblos entienden al artista como un líder, no como un lacayo”; y proclamaba: “No es posible hacer el himno vivo con dolores muertos, con verdades muertas, con deberes muertos, con amargo llanto humano […]; que el poema devenga ser, acción, voluntad, organismo, virtudes y vicios, que constituya, que determine, que establezca su atmósfera, su atmósfera y la gran costumbre del gesto, juicio del acto…”

De Rokha encontró enseguida su propia voz. Puede decirse que nació a la poesía ya con un estilo, al que su admirado Walt Whitman, el surrealismo y los poetas malditos Baudelaire, Blake, Rimbaud y Lautréamont hicieron aportaciones.

En El folletín del diablo, libro en el que De Rokha agrupó textos escritos entre 1916 y 1922, hay una estrofa donde el poeta, diseñando un sintético autorretrato literario, precisa los factores más notorios y estables de su obra:

Soy un alarido volcánico
y un puñado de cosas puras;
un enorme gesto de pánico
cuajado en una criatura.

En efecto, en su torrencial y volcánico discurso (Gran temperatura es el elocuente título de uno de sus libros más emblemáticos) se trenzan, como señaló Rita Gnutzmann en el prólogo a su antología de De Rokha, en contrapunto casi constante, el “enorme gesto de pánico” a que se siente reducido el poeta por la insondable enormidad cósmica, y ese “puñado de cosas puras”, identificable con las generosas visiones humanistas que animan su voluntad vindicativa en el plano sociopolítico -visiones que primero se proyectaron desde un anarquismo visceral y que, a partir de 1930, lo hicieron desde un marxismo viciado de estalinismo-.

Pese a todos los silencios alevosos y todas las negaciones sistemáticas de que fue víctima a lo largo de su vida literaria, De Rokha es reconocible hoy entre los fundadores de la poesía hispanoamericana moderna, junto a Vicente Huidobro, César Vallejo y Pablo Neruda. Resulta patética la obsesiva insistencia con que reivindicaba para su obra el lugar que sin duda le correspondía al lado de la de aquellos tres grandes contemporáneos suyos, lugar que casi nadie le concedió, empezando por el propio Neruda, quien, por otra parte, nunca admitió deberle nada a su borrascoso compatriota, a pesar de que, según creo, tanto le debía. No fueron pocas las ocasiones en que el rencor hacia Neruda movió la pluma de De Rokha, quien llega a la furia absoluta en su libro Neruda y yo. Curiosa resulta la actitud que ante tales ataques asume el “hondero entusiasta”, que sólo contraataca frontalmente en sus memorias (Confieso que he vivido), cuando De Rokha ya está muerto.

Pero, sin fama, mal conocido hasta en su propio país, Pablo de Rokha es uno de los grandes poetas que ha dado el continente americano -para León Felipe, “el más grande de la lengua castellana en el siglo XX”-. Quizás gran parte de los lectores de la selección de la obra rokhiana hecha por Rita Gnutzmann coincidan con León Felipe en el elogio al chileno porque en esta antología han sido incluidos, entresacados de la selvática producción de De Rokha, poemas altamente representativos de la fuerza verbal, la infinita fantasía tropológica y la altísima temperatura humana de este rapsoda con vocación de líder, cultivador opulento de un nacionalismo popular y un universalismo populista.

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HABLEMOS DE PABLO DE ROKHA

Puesto que nos interesa que los poetas de la rebeldía no perezcan a manos de los cazadores de gorras;
puesto que es de justicia ponerlos a salvo de los geómetras del verso, que buscan la perfección en el dibujo de la letra, pasando por encima o por debajo de si, bien compuesta o no, la letra es fundación o ruina en el momento de nacer;
puesto que nos place hablar de lo que es nuestro,
hoy nos reunimos en esta plaza batida por los vientos del siglo, en esta plaza del mundo
-desafiante como un párpado abierto-
para hablar de Pablo de Rokha mientras su cuerpo es cada vez más tierray su palabra es cada vez más alma.

Pablo de Rokha fue elegido poeta por las mayorías: el tráfico de sus metáforas hace el ruido ensordecedor de la lucha de clases.
¿Recuerdan cuántos pendolistas de manos finas y oficiales lo silenciaban, Chile arriba, Chile abajo, porque ponía a sus poemas la mecha corta para que estallaran en el acto
y dinamitaba las sendas que no condujeran a la rebelión?
El orden burgués lo indisciplinaba y se insubordinó:
era un fugitivo al que la jauría del orden le pisaba los talones.

Pablo nunca quiso descansar en paz, y cantó, y cantó, y cantó.
Invirtió millones de palabras en fomentar multitudes para la insurrección:
predicó el paraíso repartiendo horizontes a manos llenas.

Sus opiniones públicas y privadas tendían a la guerra civil:
no habrá nunca en Atacama más ardor que en sus diatribas ni en las ventiscas de los Andes más agujas que en su lengua.

Ustedes, ciudadanos, pululaban en el olvido cuando él amaba a Chile más que a sí mismo y escribía proclamas que llamaban a filas vuestras hambres.

Murió sin pedir ni dar cuartel, liado a tiros con su sombra.

Dondequiera que se halle pedirá magistrados obreros para el Juicio Final.