La política recobra la primacía

Teódulo López Meléndez, Caracas.

Me atrevo a decir que lo que hemos visto con la crisis mundial es un ataque frontal de las defensas orgánicas frente a la enfermedad del economicismo. Nuestras vidas, nuestra organización social, todos nuestros intereses, han estado centrados en la economía. Más allá de las causas puntuales de la crisis y de los análisis profundos o desvariantes que hemos escuchado, lo que hemos visto es el quiebre de una preponderancia inadecuada, de un privilegio antihumano, esto es, de la primacía de la economía como guía y señora de la organización del hombre sobre este planeta. Una, además, inepta para corregir las desigualdades y para afrontar la creciente pobreza de una parte inmensa de la población mundial.

No me atrevo a asegurar que la insensibilidad de las cifras económicas sea sustituida ahora por una especie de renacer del interés en el hombre, pero más allá de análisis catastróficos sobre el sistema financiero de este mundo globalizado, más allá del papel del Estado como corrector de las anarquías de los mercados, más allá de los señalamientos burlones sobre la necesidad de intervención sobre este sustrato que supuestamente tiene sus propias medicinas con la condición de que nadie lo toque, a lo que hemos estado asistiendo en estas semanas es a la pérdida de la primacía de lo económico, a la caída de la economía nuevamente bajo la égida de la política.

Uno de mis temas predilectos en el desarrollo de la tesis sobre una democracia del siglo XXI ha sido plantear que la democracia dejó de ser el gobierno del pueblo para convertirse en un sistema que permite que los mercados funcionen con libertad. No soy un intervencionista a ultranza, ni creo que el Estado debe poner corsés a la actividad económica. En la economía, como en todas las actividades humanas, debe haber libertad, pero lo que es inaceptable es que el mercado se convierta en un mecanismo superior de regulación social y convierta a la democracia en una mera condición para su funcionamiento. Lo he dicho de otra manera: a lo que hemos llegado es a un punto donde los precios están por encima de los votos.

Es esto, en el fondo, lo que se ha quebrado con la presente crisis mundial. Ha quedado demostrado que la economía debe estar sujeta a la política, que la economía es subsidiaria de la democracia, y no a la inversa. En otras palabras, es en el campo de la política donde se perfecciona el orden económico. Cuando observamos las intervenciones de la Reserva Federal o las contradicciones en el seno del Partido Republicano por una violación de la hasta ahora inviolable ortodoxia de respeto a las correcciones del mercado que también cobra sus culpables, o la decidida acción de los gobiernos europeos, lo que vemos es a la política reasumiendo su verdadero estatus que la coloca por encima de la economía.

Este dominio, llamémoslo dictatorial, de la economía sobre la política, tuvo como consecuencia un alejamiento entre ambas partes hasta llegar a un divorcio de hecho. Quizás la oportunidad más interesante de la crisis es atacar la dicotomía entre una economía que sólo busca ganancias y una política que debe procurar la defensa de los intereses colectivos. Esta nueva convivencia posible requiere de un análisis agudo de cómo los intereses comunes se expresan en el Estado y en las formas y contenidos en que se expresa la democracia del siglo XXI, que debe sustituir a la democracia de la era industrial. Es de estas causas, de estas condiciones objetivas, de esta verdad democrática, de las cuales dependerán los elementos de una economía sana.

No hay sistemas económicos perfectos, ni recetas infalibles, pero como siempre que hablamos de democracia hay que decir que la meta es encontrar el equilibrio y que la ciudadanía debe participar en las decisiones económicas, como en las demás, en procura de la superación de los desequilibrios que se originan en el mercado, como ha quedado exhaustivamente demostrado con la crisis mundial.

Es aquí donde hay que admitir –en el caso específico venezolano– que hay que marchar hacia nuevas formas de organización económica sin que ello implique la ruptura de asuntos como el de la propiedad privada. Es perfectamente posible el desarrollo de una economía solidaria sin romper el mercado, porque la única verdad es que hay que reinventar, inclusive al mercado. La economía debe tener aspectos microsociales que para nada rompen la capacidad de elección.

Aquí lo que ha sucedido es que la política se ha colocado de nuevo por encima de la economía. Si bien tiene aspectos de salvamento del sistema financiero hay que admitir que desde ahora en adelante ese sistema no podrá andar haciendo de las suyas. La crisis ha reiterado la tesis de la mariposa que bate sus alas provocando un huracán del otro lado del mundo. La oportunidad es buena, excepcional diría, para enfrentar la construcción de una economía global de rostro humano en una democracia del siglo XXI.

Nuevo libro de Jesús Munárriz

Ayer, registrando librerías –mi deporte favorito–, me sorprendió el más reciente libro de Jesús Munárriz, Sólo amor, acabado de editar por Bartleby. Como augura su rotundo título, es un canto al amor, pero un canto que se eleva y expande desde el júbilo de un solo e identificable amor. Un canto apasionado al mismo tiempo que cristalino, como era previsible siendo su autor un poeta que se identifica por la transparencia de su lenguaje y la vitalidad de sus emociones. Los 84 poemas de este libro constituyen un luminoso homenaje al oficio de Eros, y al idioma español.

Quienes amamos la poesía, no sólo le debemos a Jesús Munárriz (San Sebastián, Guipúzcoa, 1940) su propia obra, sino también la divulgación, como traductor y editor, de la de muchos poetas de todo el mundo: desde que fue fundada, dirige la editorial Hiperión.

El Bobo al día

El secuaz de Relaciones Exteriores de los Castro, Trucutú Pérez Roque, dijo ayer en Madrid, donde es tratado por el Gobierno de Zapatero como si fuese representante de una democracia, que en Cuba no hay presos por delito de opinión. Al oírlo, recordé esta escena de El Bobo de Abela, publicada en la prensa cubana en tiempos del dictador Machado.

EL BOBO DE ABELA. En el teatro:

-Señor mío, está usted ocupando este puesto indebidamente.

-¿Y se atreve a decírmelo, subversivo?

Visita a Federico

Esta foto fue tomada en 1987, cuando visité por primera vez la Huerta de San Vicente, residencia granadina de la familia de Federico García Lorca. Allí nació y vivió él, y de allí salió huyendo hacia la muerte. Estoy en la puerta principal de la vivienda junto a María Trescastro. María cuidaba la casa (entonces propiedad de Isabel, la hermana menor del poeta) y me permitió entrar y curiosearla a gusto gracias a nuestra común amiga Anita –mi bien recordada Anita–, que iba conmigo y ya no sé dónde está. El poema que copio a continuación lo escribí tras visitar de nuevo la Huerta, tres años después, una noche que resultó inquietante a causa de ciertos sucesos inexplicables y en la que me acompañaban mi mujer y, otra vez, Anita.

VISITA A FEDERICO

…fue en Granada
Antonio Machado

En Granada, fue en Granada:
un laberinto de calles,
de ladridos y tinieblas
me llevó a quien yo buscaba.

En Granada, fue en Granada:
la Huerta de San Vicente,
insomne, lejana y sola,
de la noche surgió blanca.

En Granada, fue en Granada:
con una luna en la mano,
bajo un palio de ceniza
me recibió tu fantasma.

En Granada, fue en Granada:
echaba una fuente oscura
un agua brillante y fina
en la mudez de tu casa.

(Granada, 1990)

Libro de Jacobo Machover sobre el Che

El martes 14 de este mes estará en venta en las principales librerías el libro La cara oculta del Che: Desmitificación de un héroe romántico (Ediciones del Bronce, Grupo Planeta), de Jacobo Machover.

“Con ese volumen”, nos dice su autor, “espero llegar a desmitificar lo más posible la figura del «guerrillero heroico», que tanto daño ha hecho al pueblo cubano y que, sin embargo, sigue siendo objeto de una adulación vergonzosa en el mundo entero.”

Jacobo Machover nació en La Habana en 1954. Está exiliado en Francia desde 1963. Es escritor, traductor y periodista. Antiguo corresponsal de Diario 16 y de Cambio 16 en París, colabora en Revista de libros y en la Revista Hispano Cubana. Es catedrático de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Aviñón y profesor en la Escuela Superior de Gestión y en la Universidad de París 12. Es autor de La Habana 1952-1961: el final de un mundo, el principio de una ilusión, La memoria frente al poder. Escritores cubanos del exilio:Guillermo Cabrera Infante, Severo Sarduy, Reinaldo Arenas y La dinastía Castro. Los misterios y secretos de su poder.

La montaña en este nuevo octubre

Teódulo López Meléndez, Caracas.

Se cumplen, en este nuevo octubre, años del Descubrimiento de América, del Encuentro de Dos Mundos o como diablos a usted, amigo lector, le venga en ganas decir. También se cumple, de seguidas, la fecha en que el Señor de la Montaña se fue de este mundo impregnado de cultura grecolatina y de la herencia futura de ser llamado una especie de hábil manejador del cemento que construyó la base de la cultura francesa. No he sido yo el que ha atado los aniversarios del viaje de Colón con el hijo de Antonia López, apellido de tan rancia estirpe paseado por la Alcaldía y el parlamento de Burdeos, dado que nadie me ha dicho que tan ilustre antepasado figure en mi árbol genealógico. No, no he sido yo, ha sido Claude Levi-Strauss, el mismo que usted está pensando, es decir, el estructuralista francés, quien ha recordado que un 13 de septiembre se murió Michel Eyquem López de Montaigne, el mismo que debió nacer para morirse de Périgord, en el castillo de Montaigne, después de haber sido Alcalde pero también de escribir los Ensayos. Toda esta historia vale porque Levi-Strauss recurre a aquella mirada melancólica de hombre sabio para indagar en el impacto moral del Descubrimiento (o como usted quiera llamarlo, ya lo autorizamos) y para vagabundear en eso que alguna vez yo llamé la inútil filosofía.

Qué mejor cosa que divagar en esta coincidencia de aniversarios sobre el destino de la civilización y del hombre. Cuál es el orden que nos preside y cuál el misterio de la palabra. El Señor de la Montaña nos mostró desde su mirada distanciada la precariedad de las cosas humanas. Tal vez un castigo que pagamos sobre la primera década de un nuevo siglo es la falta de conciencia crítica en la lengua española. Estaba previsto en las mitologías indias que los dioses habrían de venir por aquellas fechas a hacer una inspección y tal a poner orden en los negocios humanos. Desde entonces estamos deslumbrados, la fatalidad hizo coincidir las indagaciones de los brujos incas y mayas con la aparición de las grandes canoas sobre nuestras costas. Los Ensayos, fatalidad del destino, no estuvieron traducidos al español hasta muy entrado el siglo XIX. Si hubiésemos tenido la suerte de otros pueblos europeos nos hubiese llegado, con algún tiempo, la fuente hermosa de una de las aguas claras y claves del pensamiento crítico occidental. Ah, pero la Santa Inquisición rondaba sobre las letras como águila sobre los conejillos asustados.

Bien, pero ahora debemos saber que en «Vista y anatomía de la cabeza del Cardenal Armando de Richelieu» entra imaginariamente el Señor de la Montaña, bajo el respeto de todos los presentes porque el hombre sabio que llegaba tenía una diaria preocupación, la enfermedad de Francia. Bendita manía la de los hombres de talento. Dónde están los que se ocupen de la enfermedad de América Latina, dónde los aforismos y la visión de oráculo para sentarse en cada doble aniversario que nos ocupa a diseccionar la enfermedad de Venezuela.

En algo podemos estar de acuerdo (de manera amigo lector que le levanto la autorización a pensar lo que le venga en gana) y es que el 12 de octubre comenzó la Edad Moderna. Con Colón llegó el pensamiento de un hombre del Renacimiento temprano, del cincuecento italiano, pero venían colados sin pedir permiso, fenicios, celtas, cartagineses, romanos e íberos. Y la matanza comenzó, primero la del hombre indio, después la de sus edificaciones bajadas piedra a piedra para montar sobre ellas los templos cristianos. Como diría ese oráculo mexicano llamado Carlos Fuentes, el toro se mata porque es sagrado. Y comenzó la Edad Moderna sobre la piel de nuestros antepasados aborígenes y la oposición entre el concepto romano de Estado y del individuo y en la sangre derramada burbujeaba un trovador provenzal y un canto perdido en el minarete de la mezquita de Córdoba y una extraña oración judía. Habíamos perdido la razón los hombres. Y el debate se hizo jurídico para tranquilizar la conciencia española y con un pañuelo despedimos la Edad Media.

Ahora los historiadores dicen que en el Archivo de Indias no está registrado ningún Rodrigo y mucho menos que hubiese alguien de Triana. Entonces, ¿quién diablos divisó la costa? ¿Quién pronunció el grito terrible de nuestro destino aquella madrugada? ¿De quién era la garganta de donde salió aquella gaviota a desgranarse en el nido del cuervo? ¿Quién era el dueño de aquellas cuerdas vocales que se anticiparon a un español de los siglos por venir y que Luis Buñuel sería llamado y que se permitió en el cine cortar el ojo del surrealismo? Vaya usted a saberlo. Lo que sí sabemos es que desde el mismísimo grito comenzaron nuestras dudas. Y desde entonces los latinoamericanos nos preguntamos quiénes somos. Séneca dijo «no permitas que nada te conquiste sino tu propia alma». Pero nosotros fuimos conquistados y, parece, ya nada nos protege de nosotros mismos.

«No somos felices», se dijo el hombre sabio, acomodando su bata y preparándose a continuar con los Ensayos. Hoy lamentamos que Montaigne no escribió en español y que en vez de Burdeos sus huesos hubiesen sido organizados en Castilla la Vieja. Él ha sido llamado el padre de todos los modernos. El Señor de la Montaña nos recuerda nuestras incertidumbres. Nuestro Señor Don Quijote de la Mancha se preguntaba quién era y quién Dulcinea. Terrible duda la nuestra, la de nuestra sangre española transformada en mestiza que nos sigue acogotando por los caminos de la vida. Es que nos falta pensamiento crítico. Nos falta quien dedique la vida a escribir sus propios Essais, a reflexionar sobre la enfermedad de América Latina. Nos hace falta un Quevedo que ponga a Montaigne en una junta médica urgente donde comiencen a producirse las respuestas. Él dejó escrito: «Pero, ¿quiere nuestra voluntad siempre lo que querríamos que quisiese? ¿No quiere a menudo lo que le prohibimos querer, y para nuestro evidente daño?» Dejémoslo así. Dejemos quieto a Colón, a este genovés vecino a los cosmógrafos y profetas, conciudadano de Bruneleschi, de Massaccio y de Marsilio Ficino. Habrá que dejar a Montaigne a la espera de que despierte la clase de hombre a la que pertenecía el Señor de la Montaña.

MDM / Autorretrato y poema

SÓLO UN LEVE RASGUÑO EN LA SOLAPA

Detrás de la puerta del armario
están mis trajes,
mis galas para las grandes justas.
Uno tiene ya un botón de menos
y un zurcido de más.
El beige deja ver hilachas en las mangas
y una cordillera de brillos y desgastes.
Pero el negro se mantiene en forma:
firmes las costuras, tersa y resistente
la trama de su paño.
Es el ideal
para pasar íntegro a la sombra.

Sólo tiene un leve rasguño en la solapa.

El camino de la literatura

Teódulo López Meléndez, Caracas.

La literatura lleva el mismo camino de la realidad global: la escritura ha dejado de ser demostración (ética o estética) para convertirse en mostración. Bien lo explica Paul Virilio en El procedimiento silencioso cuando advierte de la desaparición de la geopolítica ahora sustituida por una “cronopolítica”, para evidenciar el surgimiento del ciudadano virtual de la ciudad mundial, que no es ciudadano sino contemporáneo. La naturaleza misma de la literatura está en peligro, pues ha asumido “la estética de la desaparición” para ocupar las reglas massmediáticas establecidas que no son otra cosa que dar prioridad absoluta a la notificación. Es claro, como lo recuerda Virilio, que el “arte moderno” fue paralelo a la revolución industrial, mientras el arte “posmoderno” marcha con el lenguaje analógico, con el progreso tecno-científico, con la revolución informática.

No hay duda que el mundo está desquiciado. Y la literatura con él. Si procuramos con Derrida entender, habría que decir “el presente es lo que pasa, el presente pasa”. Así, la literatura, se ha colocado en lo transitorio, “entre lo que se ausenta y lo que presenta”. En otras palabras, la literatura ha tomado para sí la huida. La pregunta es si será así siempre, si ha terminado la literatura como la hemos entendido. El porvenir de la literatura sólo puede pertenecer al pasado en el sentido de modificar con las nuevas técnicas y con todas las innovaciones posibles la vieja misión de demostrar, de crear, es decir, de volver a ser arte. Esta presencia sólo la encontramos en los viejos textos, de los cuales podemos decir “está escrito a la vieja manera”, en cuanto a estilo o a sintaxis, pero en los que pervive el afán de una tarea por realizar, aceptando que lo heredado no está dado. Quizás debamos comenzar desde aquí: partir de una inconclusión y convencernos de que este dominio de la mostración pasará, como pasa siempre toda hegemonía.

El mundo anda muy mal y muy mal anda la literatura. Es probable que no percibamos en toda su magnitud su actual desgaste. Comprendamos que siempre ha habido desarreglos y desajustes. El futurismo desencadena su perorata sobre la máquina en pleno auge de la era industrial. Lo tele-tecno-mediático, la mostración que cunde en personajes sin misterio, sólo se entienden como símbolos mediáticos de masas, la gran concesión de la literatura a los programas, a las modas y a los discursos de la pantalla-ojo. Es obvio que el contemporáneo, el sustituto del ahora del hombre alerta, se mueve en inertes rutinas prácticas y todo lo que le perturbe es rechazado como una intensidad indeseable.

Sueños y cuentos de Josefina Plá

Josefina Plá –poetisa, cuentista, ensayista, ceramista, pintora– nació en Isla de Lobos, Fuerteventura, en 1903. Niña aún abandonó la isla, a la que nunca volvió. En 1927 se trasladó de España a Paraguay y en Asunción, donde murió en 1999, hizo toda su obra literaria, una obra abundante, singular y compleja, de preocupaciones existenciales y fuerte implicación social, que apenas tuvo eco en el ámbito latinoamericano y que por largos años ha sido ignorada en la Península y en Canarias. Que el diccionario Larousse equivoque la fecha y el sitio de nacimiento de Josefina Plá es síntoma del vacío que, fuera de las fronteras paraguayas, ha rodeado a esta autora.

Hace años que la ensayista y crítica literaria Ángeles Mateo del Pino, profesora titular de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, está empeñada en la tarea de llenar este inicuo vacío. Aparte de haber dedicado su tesis de grado a Josefina Plá –a quien en varias ocasiones visitó en su casa de la capital paraguaya, estableciendo con ella una fructuosa relación de amistad y trabajo– y de haber ofrecido conferencias sobre su obra escrita, Mateo del Pino ha entregado a las prensas canarias dos extensas antologías de la escritora. La primera, Latido y tortura, reúne 103 poemas y apareció en 1995; la segunda, publicada en el 2000 bajo el título de Sueños para contar, cuentos para soñar, en sus 282 páginas agrupa 30 cuentos y narraciones cortas. Ambas –son los primeros libros de Josefina Plá que se imprimen en España– han sido editadas por el Servicio de Publicaciones del Cabildo Insular de Fuerteventura e incluyen sendos prólogos –la segunda ofrece, además, una extensa bibliografía– en que la profesora Mateo del Pino nos brinda la oportunidad de conocer la singladura vital y literaria de Josefina Plá y nos orienta, con observaciones pertinentes y juicios reveladores –frutos del amor y la seriedad con que ha realizado su tarea de investigación y análisis–, en la copiosa obra lírica y narrativa de esta autora.

Pocos cuentos de Josefina Plá conocieron, en su día, la letra impresa, y sólo la conocieron en revistas y periódicos, en su mayoría de Paraguay y Argentina. Casi todos sus cuentos publicados –dejó muchos inéditos– vieron la luz años después de haber sido escritos, bien en ediciones costeadas por la autora –posiblemente de escasa circulación–, bien en antologías colectivas o en recopilaciones parciales de su obra. A ello se refiere la propia escritora cuando con modestia y resignación, pero también con una pizca de comprensible amargura, nos dice: “…publicados a su hora, esos cuentos se habrían ubicado en su corriente. Hoy, su publicación tiene para mí (¿y cómo no habría de tenerla para otros?) un valor más bien documental”. No obstante, leídos ahora sin obviar el contexto sociocultural paraguayo ni el período en que fueron concebidos (entre las décadas de los 20 y los 70 del siglo pasado), no podemos dejar de aceptarlos como un aporte enriquecedor a la tendencia más crítica y realista dentro de la gran corriente del criollismo hispanoamericano, esa narrativa llamada “de la tierra”, nacional en su mirada y ecuménica en su mensaje, que fue, en el tiempo, la segunda gran contribución de América Latina, después del Modernismo, a la literatura del mundo. Coincido con Mateo del Pino cuando afirma que a Josefina Plá “la calidad literaria y el valor histórico” de su cuentística “le aseguran un lugar destacado en el panorama de las letras”. La lectura de Sueños para contar, cuentos para soñar nos induce a incluir el nombre de Josefina Plá en la lista donde destacan los de sus contemporáneos Rómulo Gallegos, José Eustasio Rivera, Jorge Icaza, Baldomero Lillo, Mariano Azuela, Jorge Amado y Augusto Roa Bastos, entre otros con tanto talento como ella pero con mejor fortuna.

En lo que respecta al significado de esta escritora en el ámbito intelectual de su país adoptivo, Mateo del Pino es tajante: “Debemos enfatizar que no puede entenderse la literatura paraguaya contemporánea si no hacemos hincapié en la figura y obra de Josefina Plá”, y advierte que, en el aporte de ésta a las letras de Paraguay, tiene peso específico la narrativa, aun siendo, en comparación con la poesía y el ensayo, el género menos atendido por la autora.

La selección hecha por Mateo del Pino es un muestreo en que la antologista no sólo ha tomado en cuenta la calidad formal de los cuentos, sino, también, los diversos registros estilísticos y la variada temática que conforman la narrativa de Josefina Plá. Esto nos permite tener una visión de conjunto de una obra cuyo desarrollo abarca medio siglo y en la cual se aprecian etapas disímiles.

Como señala el poeta chileno Javier Bello en un penetrante comentario sobre esta antología, los cuentos de Josefina Plá revelan “fina pero agudamente […] el perfil social de un pueblo [y] pueden leerse como una historia negra —y a veces roja— de las humillaciones e injusticias que padecen aquéllos que han faltado a reglas e imposiciones sociales implacables”. Sin duda, en los cuentos de esta escritora raigal y corajudamente comprometida –comprometida no con el programa de un partido, ni con una determinada ideología política, sino con una ética básica del comportamiento humano–, se reflejan, a veces con la nitidez del populismo crítico, a veces con las sinuosidades esperpénticas de un espejo deformante, las lacras (marginación de la mujer, segregación del indio, explotación y desamparo del roto, patriarcalismo de la clase dominadora…) de la sociedad paraguaya que le tocó vivir, y a la que se integró plenamente, y las vicisitudes y convulsiones de la historia del Paraguay del siglo XX, marcada por las consecuencias de dos devastadoras guerras fronterizas, dos guerras civiles y un rosario de tiranías castrenses.

Entre las mejores narraciones de Josefina Plá de las antologadas por Mateo del Pino -otras son “El espejo”, “Cayetana”, “Prometeo”, “El canasto” y “Sisé”- está “La mano en la tierra”, fechada en 1952. En ella, un hidalgo ibero que, en el rincón del paisaje americano que colonizó, agoniza rodeado de su mujer india y de sus vástagos mestizos, al cabo de toda una vida poblando esa tierra comprende que, en ella, no ha dejado de ser un extranjero y que su simiente foránea no pudo anular la fuerza de aquella geografía. En esta hermosa saga de la mutua conquista que fue la colonización española de América –y que, a la postre, de una manera u otra, es toda colonización–, la hija del hidalgo moribundo –“con sus typois limpios, su flor en la trenza, sus diligentes pies descalzos”– le dice a éste: “–¿Cómo os sentís, señor padre?…” “El castellano”, subraya la narradora, “en sus labios tiene un acento deslizado y suave, algo así como de otra provincia desconocida de Castilla”.

Callejón del Gato

Don Latino: “Contra los delirios de la política y de la ideología el mejor antídoto es el trabajo de los historiadores”, dijo ayer en Babelia Antonio Muñoz Molina comentando un libro sobre bulos de la Historia española.

Clarinito: ¿Se refería al tema ese de la “memoria histórica”?

Don Latino: Váyase a saber, pero le viene como pulga al perro.

Zaratustra: Recuerde, Don Latino, que Nietzsche sostenía que no existen hechos sino interpretaciones.

Don Latino: Existen los hechos y las interpretaciones, pero al final sólo quedan las segundas. Lo peor ocurre cuando queda una sola: la que encaja mejor en la epopeya nacional.

Max Estrella